Opinión | El ángulo
Vivir es bello, a veces
Estamos rebasando la mitad de las navidades, y ya en tiempo de descuento de los anuncios de perfumes, móviles y complementos. Nos quedan todavía unos cuántos clichés en las próximas semanas, como los años con números impares nos traerán fortuna, se acabará la mala suerte con el año, la inocencia de la infancia y la magia de la Navidad. Podríamos mantener conversaciones todos estos días reproduciendo una sucesión de frases hechas, vacías de contenido y nadie se daría cuenta. A ratos me siento programada por el ChatGPT en tono afectuoso y desconectada del interior. Vamos tirando en piloto automático hasta el siete de enero porque la corriente de alrededor te lleva de una fecha a otra, de una comida reglada a otra, que parecemos Mecano en la Puerta del Sol, haciendo por una vez, algo a la vez.
No hay época del año más encorsetada, y que hayamos admitido con menos resistencia, ni agosto con sus estereotipos ni Semana Santa con sus ritos católicos imponen un ritmo de vida tan a golpe de regalo, copa y langostino cocido. Hemos sido devorados por los centros comerciales, los únicos paseos de estas fechas o bajo las luces de navidad que invaden todos los pueblos como antes los polideportivos, a ver quién tiene uno más grande aunque el pueblo sea el más pequeño.
Y nos acordaremos de los que sufren como la misses de la paz en el mundo, y Ucrania, Palestina, Siria seguirán estando de telón de fondo mientras nos pintamos la pestaña. ¿Ven? Esto es también un tópico y además populista porque en enero o febrero seguiremos con nuestra vida por más que misiles israelíes impacten contra una escuela Palestina.
No pretendo ser el Grinch de la Navidad, solo mostrar mi asombro por cómo hemos sido devorados por estas fiestas, claro ejemplo de lo que somos, más secularizados pero más tradicionalistas y sobre todo más consumistas. Más definidos como clientes que como ciudadanos, más ritualistas que confesionales y sobre todo más individualistas que colectivos. Nuestro pequeño ego se extiende hasta la familia más inmediata como proyección de lo que somos capaces de compartir durante unos días.
Vendrán otras navidades y podrán ser más tristes, más frías así que disfrutemos de lo que tenemos ahora, aunque lo tape el espumillón y David Bisbal. Lo que hacemos se expande en círculos concéntricos contagiando al resto, así que puestos contagiemos amabilidad en lugar de indiferencia. Ya lo decía James Stewart «la vida de cada hombre afecta a muchas vidas. Y cuando él no está, deja un hueco terrible» era George Bailey en Qué bello es vivir, ese es el mejor tópico navideño.
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