Opinión | Redes sociales
Sonia Andolz
Quedarse o marchar de X (Twitter)
La discusión sobre seguir en X (Twitter) o abandonar la red social ha escalado notablemente tras la victoria de Donald Trump en Estados Unidos. El futuro presidente se acompaña de Elon Musk, propietario de la plataforma y responsable de implementar cambios que, en medida, han agudizado la polarización, el sesgo y la violencia en ese espacio. Las críticas son claras: el X de Musk ha reducido la moderación de contenidos y los motivos para cerrar perfiles, ha ampliado la libertad de opinión -incluyendo ahora más margen a insultos, desinformación y discursos de odio- y ha incrementado la presencia de bots, perfiles comprados y campañas de acoso.
La duda está servida: ¿continuar usando la plataforma, con los riesgos que comporta, o abandonarla en busca de alternativas?
Varios medios anunciaron su retirada de X. Las razones esgrimidas: la red contribuye a la desinformación y a la proliferación de noticias falsas, algo que también alertan las asociaciones de periodistas, que apuntan a la falta de información contrastada y recomiendan dejar de usar la red. La toxicidad y los discursos de odio son otra de las principales razones para marcharse. La llegada de Musk ha minimizado la moderación de contenidos, y los mensajes violentos y radicales campan a sus anchas. Los nuevos responsables -y muchos perfiles que alimentan esa toxicidad populista- se escudan en la defensa de la libertad de expresión, un principio fundamental de protección internacional. Sin embargo, los expertos debaten si cualquier opinión debe tener cabida en esa libertad. ¿Debe protegerse la opinión que aboga por eliminar otras opiniones?
Antes, podías denunciar comentarios que incitaban al genocidio, deseaban vejaciones o difundían estereotipos denigrantes. Ahora, ni siquiera se suspenden perfiles que lanzan amenazas personales graves. Otro problema creciente son las campañas organizadas desde granjas digitales de bots. Estas cuentas falsas (automatizadas y generadas desde salas con cientos de ordenadores) están diseñadas para amplificar mensajes, elogiar o atacar causas según el pago recibido. Para apoyar un objetivo concreto, puedes pagar unos bots que tuiteen en el sentido que quieras. Si deseas denostar una propuesta política, ocurre lo mismo. El objetivo es generar ruido, etiquetas virales y una sensación de relevancia que, a menudo, arrastra a perfiles reales hacia el odio y la agresividad.
Estas campañas organizadas contaminan la atmósfera de la red y crean presión sobre políticos, instituciones, y usuarios de relevancia. Aunque detrás de muchas de estas cuentas no están directamente las personas representadas, el odio organizado en su contra genera un impacto real y acaba contagiando a otros usuarios. La virulencia y el señalamiento no forman parte del sueldo de nadie, y es comprensible que muchas personas decidan marcharse, pero el caso es distinto si se trata de cuentas institucionales gestionadas por profesionales. La retirada voluntaria de instituciones o de voces críticas deja vacíos que son ocupados por quienes fomentan la confrontación, difunden mensajes populistas y desinforman. Estos sectores interpretan la huida de medios y perfiles relevantes como prueba de «censura» mientras se sienten cómodos en X porque las normas y funcionamiento actuales favorecen el pensamiento único y monocolor. Evitar ceder espacios democráticos o la capacidad de alcance y repercusión en tiempo real son razones para seguir en X. No todos logran un impacto significativo, pero existe la posibilidad de alcanzarlo y la plataforma también supone un altavoz para quienes no lo tienen, ya que sigue siendo una oportunidad para alzar la voz y encontrar a quien escuche.
Está claro que seguimos careciendo de estrategias efectivas para combatir la desinformación, el populismo y los movimientos neototalitarios. Hace más de una década que en Europa resurgen actores populistas que viran, cada vez más, hacia la ultraderecha y aún no sabemos si la respuesta adecuada es el silencio, la réplica o la confrontación, pero seguimos perdiendo espacios y arriesgando derechos conquistados. Quedarse o marcharse sigue siendo la cuestión.
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