Opinión | El alegato
Boterismo en Nochevieja
Sra. LalaChus o cómo se llame. Vaya por delante que podría ser su madre y que desde niña he sido gorda. Hago esta última precisión, no para «normalizar» mi condición -que normal, conforme a percentiles de la OMS, nunca lo fue-, sino para que Ud. sepa que no está sola y que si hay excedentes -más de lo aconsejable-, es de gordos y gordas. Veo muy bien que Ud. haya aceptado su cuerpo y que se quiera como es. Ahora bien, si Ud. como yo, hemos sufrido todas las dietas habidas y por haber; si hemos peregrinado por todos los endocrinos; si hemos conseguido perder 15 kilos para luego poner 30 en pocos meses, Ud. y yo no podemos decir que desistimos porque nos hemos aceptado. Estamos ocultando nuestro fracaso y frustración.
Su obesidad mórbida, no debe normalizarse frente a la sociedad. Su condición corporal -así como la mía en cuanto decido aceptarme y pegarme un homenaje tras otro-, es compleja y causa de diversos problemas de salud. Ud. misma ha reconocido la existencia de un problema de personalidad subyacente. Habla de «inseguridades» desde siempre y hace responsable de ellas a su aspecto físico sin plantearse que tal vez la ecuación sea inversa: muchas veces se busca saciar la carencia de lo deseado con la ingesta desordenada. Se busca un sobresaliente, una pareja o un éxito profesional en el fondo del plato, como el alcohólico lo busca en su copa o el cocainómano en cada esnifada. Son trastornos emocionales que favorecen la alimentación compulsiva.
No me hable Ud. de gordofobia porque estoy segura de que nunca tuvo que soportar de niña que una profesora le ridiculizara ante toda la clase diciéndole que tenía Ud. la cabeza llena de migajones. No me diga que se siente Ud. bien cuando sabe que se ahoga; que se le escuecen los muslos; que suda más de lo habitual y que evita mirarse al espejo desnuda. No mienta ni esconda su tsunami mental tras ese humor que le dio a conocer en redes y que utilizó para ayudar a su padre a superar la depresión tras el accidente que lo confinó en una silla de ruedas. El dolor más insoportable se disfraza con la mejor sonrisa si se trata de evitar que el mundo lo sepa.
Entiendo que su elección para presentar las campanadas en Televisión Española es tan legítima como la de la repetitiva Pedroche en A3. Pero no se llame a engaño. Esa opción no responde a méritos, ni de Ud., ni de ella. Ud. ha sido escogida para ser el Yang de la Ying de Nochevieja. El espectáculo sazonado con el cruel morbo espectador.
Deseo que, tras la frenética actividad en redes, a base de los memes más descarnados, sepa mantener ese «chabacano» empoderamiento que le ha hecho afirmar que más gordo tiene «el papo» y se siga pasando las críticas por «el chimi».
*Abogada experta en Derecho del Trabajo y Seguridad Social
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