Opinión | Calma aparente
Ejercicios barrocos
Los espejos de allí son peligrosos, los evito
Una culturista fuma en la puerta del gimnasio. No sé si está posando o si solo sabe moverse robóticamente. La implantación casi completa del deporte en nuestras rutinas le sorprendería a mi abuelo. Pero los tiempos cambian. Él fumaba de una manera. Ahora ella ha renovado el gesto. Fuma como nunca antes se había fumado. Le da caladas a su cigarro como si estuviese enganchado a una polea. Se acerca los dedos a la boca con rapidez y precisión, girando la muñeca y levantando el brazo. No aprieta los labios, evita las arrugas, y aspira sin pestañear. Cuando para, detiene el tiempo. Después baja el brazo con lentitud y expulsa el humo hieráticamente. Seguro que tiene calculado el tiempo entre cada repetición.
Voy al gimnasio una o dos veces a la semana. Pero voy obligado, como un niño va a misa. Procuro sacarle partido al trance escuchando algún pódcast o algo de música. Me engaño a mí mismo, me trituro la verdura para no verla. Aun así, no consigo desear el ejercicio físico. Es una actividad que no me cautiva. Ahora bien, entre el cansancio y mis pocas ganas, a veces logro no pensar en nada, que siempre viene bien. Me siento en la máquina de bíceps y, atravesando con la mirada un túnel de piernas que rebotan agónicamente sobre la elíptica, me concentro en la pared del fondo. He llegado a estar bastante rato así, pero no sé cuál es mi récord. Al final siempre me devuelve alguien a la realidad, un corredor con gorro de Papá Noel o un vigoréxico que me pregunta si me queda mucho. La gente va a esos sitios a hacer deporte, no a arrastrarse.
Los espejos de allí son peligrosos, los evito. Veo a muchas personas confundidas. Hay muchos casos. Los hay que combinan gafas de vista de aviador con montura dorada y camisetas sin mangas; es decir, intentan que su imagen conjugue intelectualidad y virilidad, y el resultado no es convertirse en un imán para las mujeres, sino en un posible pedófilo; no resultan imponentes, sino tan inofensivos como un enano que amenaza con su puño. Es complicado tratar con esos espejos. En las tiendas de ropa dicen que pasa lo mismo.
Por suerte, no son la única especie en los gimnasios. Reconforta ver a algunos con la mirada perdida, absortos en sus pensamientos. Anima observarlos lidiando como pueden con sus buenas intenciones, con la elección de una vida mejor. Después los veo de camino a sus comidas de Navidad, recién duchados, pletóricos. Quizá cueste más que antes salir como un tiro a la calle, pero todavía es posible salir de vez en cuando con el sol en el pecho.
*Escritor
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