Opinión | Historia en el tiempo
Una vida fecunda en solidaridad
En el último mes de los muertos falleció -nonagenario incipiente- en su entrañable Córdoba califal, tan bien querida y envidiablemente paseada por él, D. Antonio Serrano Gómez, servidor jerárquicamente modesto más descollante en su quehacer cuotidiano en una de las instituciones galénicas más merecidamente reputadas de Andalucía: el Hospital de San Juan de Dios, de cuyo paisaje físico y moral constituyó a lo largo de medio siglo la pieza esencial en compañía de un nutrido grupo de profesionales de la Medicina, entre los que él siempre distinguió con especial afecto al prestigioso cirujano D. Manuel Gala, de muy feliz memoria entre los integrantes de tan afamada clínica.
Siempre solícito, siempre eficaz, siempre empático con pacientes, médicos y doctoras -ya en su final...-, sirvió de guía insuperable a cualquier enfermo a la husma de información, cuidados y ayuda. Jamás en ningún instante de su cercanía casi corporal, faltaron su muy abierta sonrisa y, llegada la ocasión, el abrazo más emotivo.
Siempre resulta extremadamente difícil definir arquetipos, describir caracteres individuales y colectivos. Y cuando se trata de arquetipos nacionales e incluso regionales, lograrlo se convierte en hazaña hercúlea, tal es la cantidad de tópicos y lugares comunes que lastran con gran gravidez la ardua empresa de acometerlo. En la Península Ibérica, ciertas autonomías, particularmente, la catalana, la gallega, la vasca y, con elevado énfasis, la andaluza, se mostraron plurisecularmente proclives al prototipo más alzaprimado, y con secuelas, por ende, no muy positivas cara a las fisonomías hispanas trazadas por plumas extranjeras y al mismo entendimiento entre nuestros compatriotas.
Por muchas razones, desde las históricas de la herencia musulmana hasta las folklóricas atañentes a los «viajes por España» de turistas anglo-franceses decimonónicos, el perfil caracterológico de la comunidad andaluza ha experimentado la mayor cruzada de tópicos del lado de la mencionada literatura. Los estragos han sido tan numerosos como irreparables hasta el comienzo mismo del tercer milenio, el de la globalización y universalización de usos y costumbres a escala intercontinental.
De ahí, por consiguiente que quepa encontrar y pueda analizarse un verdadero arquetipo sea todo un regalo de la diosa Fortuna. Y este es el caso, por venturosa suerte, de la persona que provoca las presentes líneas. El senequismo troquelado en el yunque católico más genuino, el culto a la responsabilidad silente en el quehacer cuotidiano, la suprema elegancia en la conducta diaria y el sostenido esfuerzo por una convivencia fecunda, sin aristas ni torceduras egoístas, es decir, todo lo que puede encerrarse en el resumen de la biografía de D. Antonio Serrano López, constituye, en verdad, el modelo alquitarado del ciudadano cordobés, muerto ha poco en la ciudad de sus ensueños, trabajos y vigilias, y cuyo recuerdo, como en el héroe del inmenso poema manriqueño, «nos dejó harto consuelo su memoria».
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