Opinión | Desde la periferia
Dormir en la calle
Marta García Peña, Manuel Carlos Maestre González, Mario Toro Peinado, Álvaro Amo de la Prida y Alfonso Fernández Moreno apenas tienen la veintena de edad. Son estudiantes de Psicología de nuestra Universidad Loyola. Son jóvenes, pero en absoluto ciegos. Han decidido dejar de ser prisioneros en la caverna platónica y, a pesar del riesgo, estamparnos en la cara buena parte del frío que recorre los cuerpos de unos trescientos seres humanos que conviven entre nosotros pero que no tienen el rango o la categoría social de ciudadanos. Estos cinco jóvenes estudiantes, quienes recorren nuestras calles a diario, han podido comprobar que hay portales de Belén instalados de manera permanente en nuestra ciudad y han querido convertirse en portavoces.
Nuestra Navidad está tan pervertida que a nadie se le ocurre pensar que esos que duermen en la calle, cada una de ellas y de ellos son Jesús de Nazaret, José y María. El Barroquismo, dominante aún en nuestra cultura, nos ha hecho identificar el nacimiento de Jesús con una situación idílica, romántica que, en absoluto, se corresponde con lo que ocurrió realmente. Basta con leer los relatos de la infancia de Mateo y Lucas, que presentan la situación de un pueblo sometido al Imperio romano (colonialismo) y gobernado por dictadores a su servicio, para caer en la cuenta de que el nacimiento de Jesús se asemeja muchísimo más a lo que estos jóvenes describen en el trabajo de Investigación que han presentado en su Facultad que a los montajes que hacemos en nuestros hogares o en las operaciones mercantilistas de las grandes firmas. José, María y Jesús fueron una familia, al menos durante un período de tiempo, sin techo. Jesús de Nazaret nació sin hogar. Fueron migrantes por cuestiones políticas huyendo de la persecución y el infanticidio de Herodes. Emigraron en condiciones de total desprotección. Dios eligió encarnarse en la más extrema de las pobrezas. Es la misma pobreza en la que, por diversas circunstancias, viven a diario estos y estas sobre los que pasamos de largo cada día como si fueran parte ya del mobiliario urbano, del paisaje de nuestra ciudad.
Evangelios aparte, Alfonso, Álvaro, Mario, Manuel Carlos y Marta se han acercado a algunos de ellos, concretamente a tres, un español, un rumano y un marroquí (y esto no es el comienzo de chiste alguno) y han sacado sus conclusiones ayudados y coordinados por la Fundación Prode, que les ha facilitado el acceso a la compleja realidad de estos seres humanos. Estos jóvenes han marcado como un objetivo prioritario de su investigación un aspecto que resulta esencial aunque, sinceramente, nada fácil de conseguir: empatizar con ellos. Siento comunicarles que empatizar resulta, a todas luces, insuficiente. La pobreza estructural no se soluciona con empatizar, ni siquiera con el sentimiento aún más fuerte de la compasión. Si no se producen ciertas transformaciones profundas en sociedades, como la nuestra, que fomentan el dispendio, el exceso, la desmesura, que se asientan en una injusticia estructural de base, es imposible una transformación. En cualquier caso, deseo que su trabajo remueva de manera crítica nuestras conciencias porque, sin duda, desde algún sitio hay que comenzar y ningún espacio mejor que la conciencia. Ojalá tú puedas acceder a la tuya propia.
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