Opinión | Entre líneas
Navidad y navidades
Está la Navidad, en mayúscula como fiestas e institución que es; y por otro lado las navidades, en plural y con minúscula. Y es importante distinguirlas.
Por un lado se encontraría la Navidad cristiana, que bien mirado se limitaría a la fe y a la Misa del Gallo y a la del día de la Natividad o, ya el 1 de enero, a la bendición Urbi et Orbis y a felicitar a los manueles y manuelas. Pero a ella se suma la Navidad comercial, con un muy necesario impulso económico para la hostelería y el comercio y con miles de puestos de trabajo eventuales. Y también podemos hablar de la industria de la Navidad (la de las dulces Rute y Montoro o la luminosa de Ximenez desde Puente Genil), las ‘escapadas’ navideñas, los espectáculos y actos culturales de estas fechas, las programaciones especiales de cine y televisiones, las comidas de Navidad y hasta la de los cuernos de los renos de las tradiciones anglosajonas... Sin olvidar la Navidad más tradicional y la de fiestas, fiestorros y fiestones: desde zambombas flamencas pasando por cotillones a ‘raves’ ilegales de varios días y pastillas... Incluso estas fechas nos trae un periodo de vacaciones políticas ¡Qué gran ejemplo de la magia navideña! Pues bien: todas estas navidades tienen cabida, todas son magníficas y ojalá hubiera tiempo (y dinero) para disfrutar de cada una de ellas.
Sin embargo, el problema surge cuando mezclamos una Navidad con otra, cuando no sabemos a qué nos referimos y confundimos hábitos con tradición, familia con guardar las formas, felicitar con obligación, celebración con atracón, ser feliz en una fiesta con el ‘postureo’, querer a una persona con gastarse determinado dinero en ella, a Dios-Niño rogando y al pastor dando con el mazo... Cuando esperamos, en fin, que la Navidad de nuestros recuerdos coincida con la actual y aspiramos a imponer la fiesta que nos gustaría que fuera.
Quizá la mayor equivocación sea la de echarle sentimientos a la campaña comercial, que es convertirla en una máquina de crear frustraciones, de querer compensar con compras el desarreglo afectivo. El ciudadano infeliz siempre gasta más que el que está medianamente satisfecho con su vida.
Y si todo ello se mezcla buscando la confrontación, metiendo por medio lo más radical de la religión e incluso creando distancias políticas (por ejemplo, dividiendo las calles entre los que cuelgan en los balcones banderolas con el niño Jesús u optan por adornos de la cultura anglosajona), den por supuesto que nos espera una Navidad de mierda, concepto que suena muy mal pero que es preciso recordar que también existe.
Un servidor, por su parte, les desea muy felices navidades. En plural, todas y cada una de ellas y sin mezclarse entre sí.
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