Opinión | Al paso

Por una mirada un mundo

Ese día estaba amaneciendo muy gris. Ya tan solo viendo las noticias de la mañana, sufrí un bofetón de realidad: por todas partes parecían haberse alineado los planetas para que yo pensara que el mundo iba de mal en peor, que no había dignidad entre los pueblos, ni palabra en las personas, ni honor entre las gentes y mucho menos perdón en los corazones. Pensé que el siglo XXI estaba mostrando una cara terrible por todas las guerras que estaban ocurriendo, que sobre todo servían para aniquilar a la infancia, sin remordimiento alguno; cuando, si cabe, solo hay una guerra urgente que librar y es contra el cambio climático. Luego, veía cómo los políticos de nuestro país, todos los días a todas horas están empezando, no a debatir buenas ideas para depurar buenas soluciones, sino a odiarse abiertamente en los parlamentos. Pero es que, a nivel más popular, no era un buen día tampoco porque había sido testigo de cómo personas de la misma familia, encima por banalidades, no solo no eran capaces de perdonarse, sino que incluso intentaban extender su odio a sus descendientes en una cobarde venganza que por sí solos nos eran capaces de liquidar. Es decir, vi un mundo muy feo tanto en las grandes esferas como en los barrios más humildes. Mi pesimismo solo era equiparable a mi decepción. Pero todo cambió a las seis de la tarde... porque esa tarde, la del día 16 de diciembre de 2024, mi niña pequeña, mi Manuela, bailaba en su Colegio Cervantes con sus compañeros de clase, en la fiesta de la Navidad. Los padres nos sentamos en las filas de atrás y mi niña se sentó en las primeras para salir directa al escenario con su trajecito de lentejuelas (como buena flamenca que es). Y entonces, sentada con sus compañeras, se volvió para atrás buscándome con la mirada y al verme de pie en un pasillo, de emoción dobló su labio superior hacia adentro (como suele hacer Marquitos, uno de sus hermanos mayores, cuando se emociona). Solo aquella miraílla de la niña me recargó las pilas para siempre y pensé que, a pesar de todo lo que pueda pasar en este mundo, siempre agradeceré a Dios el haberme concedido existir para vivir el momento de aquella tarde preciosa en que mi niña me miró en la fiesta de su colegio.

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