Opinión | Colaboración
Adviento antiselfi
La idea de esperar puede parecernos tediosa, generadora de ansiedad o, decididamente, agobiante. Ya no estamos para perder el tiempo. Dicen los científicos que el ser humano de hoy, el homo sapiens wifi siempre conectado a algo, solo es capaz de prestar atención durante cuarenta y siete segundos seguidos, a partir de ahí la mente se dispersa.
Tiene que ver con la forma en que somos bombardeados con una cantidad brutal de información diaria, desde el móvil, el ordenador del trabajo, los mensajes por las calles, las redes sociales... No podemos asumir tanta infoxicación (sí, neologismo aceptado por la RAE), así nuestro cerebro simplemente no puede y deja de prestar la máxima atención.
La multitarea es el principal enemigo de la concentración y la capacidad de atención.
Pero hay algo en lo que no reparamos, ¿y si en lo que tenemos que poner nuestra atención es en esperar algo que en realidad ya ocurrió hace más de dos mil años? Esa es la esperanza del Adviento. Es la paradoja de anhelar algo que ya está aquí.
El cristianismo siempre ha sido una religión de esperanza, de paz y de amor. El mensaje de Jesús de Nazaret no es otro que poner en marcha aquello que ya está entre nosotros, el Reino de Dios, esperar algo que ya sabemos que sucedió en un humilde pesebre.
Y ese mensaje sigue vivo, la espera sigue teniendo sentido. Pero, ¿qué esperamos en nuestra vida diaria? Quizá una palabra, un regalo inesperado, una sonrisa o tal vez un abrazo. La espera no significa nada si se vive a solas, sin compartir con otros no tiene sentido. Ahí radica el núcleo del mensaje cristiano: la esperanza de saber que no estamos solos en la confianza de crear un mundo mejor.
En este mundo cada vez más urbanizado, en el que las macrociudades van devorando el campo, nos faltan pastores de los de mastín, morral y cayado. Lamentablemente tenemos muchos de aquellos pastores humildes que adoraron a Jesús en el pesebre: son los «descartados, los del costado de la vida», recordando las palabras del papa Francisco. Esos naipes descartados de la partida son los que viven esperanzados en encontrar a alguien en el camino que les tienda una mano. Hoy por hoy siguen siendo muchas las personas sin hogar, sin un ingreso mínimo para poder vivir con dignidad y nos observan desde la puertas de cualquier centro comercial.
El Adviento que en estos días vivimos demanda más humildad. Adviento de lo sencillo renunciando a lo superfluo, de más sonrisas y menos Bizum, un Adviento antiselfi. En definitiva, necesitamos más «pastores y ni un solo Herodes más, que de esos ya tenemos a espuertas.
¡Feliz Adviento!
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