Opinión | Tribuna libre

Tu racanería, mi vergüenza

Agarradas, mezquinas, roñosas, ratas, ruines y ridículas, muy ridículas. No soporto a las personas tacañas por naturaleza. Las que no tienen otro objetivo en la vida que ahorrar por el simple hecho de no gastar, aun pudiendo hacerlo. La tacañería nada tiene que ver con la necesidad o la precariedad. Se puede ser una persona muy generosa teniendo muy poco.

La tacañería de serie es otra cosa, es el ridículo llevado al límite, el ahorro centesimal, la vergüenza ajena. Todos hemos sufrido a un amigo, compañera de trabajo o familiar rata. Compartimos cafés con ellos que, por supuesto, siempre acabamos pagando nosotros, cenas grupales que se convierten en galimatías matemáticos o compras compartidas que nos sacan los colores. Les sufrimos, pero no les soportamos. Y callamos, por educación, porque estamos en las antípodas de su tara. Total, no nos viene de un café, total ya cubrimos el resto, total…

Y esa es su victoria: el total que van sumando a su ahorro a costa de nuestro pudor.

Trabajé 15 años en una empresa con una típica máquina expendedora de café. Recuerdo a un compañero que jamás, en 15 años, se pagó el café de la máquina. Tomaba café todos los días. Hablamos de céntimos, un gasto pírrico para mí y para los colegas que le subvencionábamos la cafeína. Nunca le dijimos nada.

Hace unos meses, en un supermercado en el límite de la Cerdanya catalana y la francesa, un grupo de amigos cincuentones, ataviados con ropa de las mejores marcas, debatían sobre la necesidad de comprar un segundo fuet o no para los bocadillos del día siguiente. Hablaban de 10 personas, 10 bocadillos. Un fuet.

Son míticas las cenas grupales en las que a la hora de compartir la cuenta alguien da la nota pidiendo que le descuenten el postre que no ha consumido o el pan que ni ha tocado. Después, con sus 3,37 euros ahorrados en la cena, el o la miserable se va a casa satisfecho por tamaño ahorro, que podrá sumar a otros ahorros diarios.

Sin saberlo, son los que pagan un precio más alto. Qué infelicidad más cruel.

*Periodista

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