Opinión | Artículos de broma

Tu bolsa y tu vida en datos

El que algo quiere sus datos le cuestan. Para comprar en Internet te piden todo antes de darte nada. Quise comprar galletas, pero zampé tantas «cookies» que perdí el apetito. Me engordan las «cookies» que alimentan mis sedentarias navegaciones web: consultaré a Google sobre el ozempic y la cirugía bariátrica.

En la vida real también empieza a ser así. Para pasar una noche cualquiera de hotel te piden datos como si cada día fuera 11S. A los intolerantes a la vigilancia dormir fuera de casa nos quita el sueño. Los hoteleros se quejan de la cantidad de datos que tienen que registrar de cada cliente porque les lleva un tiempo que no es oro, pero sí gasto de personal. La seguridad del Ministerio del Interior les da igual. La suya, no, y por eso nos graban en la calle y en los espacios comunes.

Quise regalar una comida en un restaurante de ingredientes, mezclas, sabores y nombres infrecuentes, cocinados con técnicas sofisticadas, montados a la vista por el personal en formación y atendido por una jefa de sala simpática de las que trabajan con un guion escrito por un humorista de taburete. Acepté la reserva electrónica porque sé que para comer fuera de casa, a estas alturas del siglo XXI, no hace tanta falta tener hambre y ganas como avisar a los profesionales de hacer comida y servirla de que vas a ir tal día y a tal hora. Presentarse en un restaurante inesperadamente en horario de comidas es una descortesía incluso para las hamburgueserías no multinacionales. Los chavales lo tienen tan interiorizado y el sistema es tan rígido que reservan desde el móvil haciendo cola a la puerta del local.

Para reservar dejé los datos de una tarjeta de crédito para que me cobraran la comida si no iba a comer y cumplimenté un latifundio de campos obligatorios, de campos de concentración de datos propios y de mi acompañante. Me alivió que no fuera una mesa para seis. Al final, días después, comimos bien y pagamos en dinero y privacidad.

*Periodista

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