Opinión | Desde la periferia
San Juan de la Cruz: un místico para nuestro tiempo
Hoy celebramos el día de san Juan de la Cruz y cierto es que de Juan de Yepes y Álvarez (su nombre y apellidos originales) nos separan más de cuatrocientos años, pero algo está ocurriendo en este espacio y tiempo que transitamos que nos está acercando cada vez con mayor intensidad a la propuesta radicalmente humana, y por eso muy probablemente divina, de un ser humano que convirtió una experiencia de sufrimiento ni buscado ni deseado (pero que aparece tarde o temprano en cualquier vida humana) en un camino hacia la mayor de las libertades de que podemos disponer en esta vida y hacia la mayor de las esperanzas que nos transfiguran como seres ligados íntimamente al cosmos. Si revisas, si no eres neófito en esta materia, o si te acercas por primera vez a los poemas del carmelita descalzo de Fontiveros, estoy absolutamente convencido de que, aunque solo sea esta vez, estarás de acuerdo conmigo. No te pierdas sus versos, aunque no seas muy amante de la poesía, o sus Dichos de Luz y Amor.Esta propuesta que Juan de la Cruz nos hace, y que sería algo extenso narrar ahora del todo, tiene un fundamento esencial, un pilar fundamental y que, resumidamente, sería: si tú quieres darle pleno sentido a tu vida, aparta de ella todo lo que estorba (¡Apártalos, Amado, que voy de vuelo...!) y entrarás en un proceso de crecimiento interior e íntimo en el que, de manera inexplicable desde un punto de vista racional e incluso emocional, hallarás la plenitud.
Esto no tiene nada que ver con la Religión o con lo religioso, aunque Juan se circunscriba, como ya sabemos, a un contexto histórico muy particular y concreto. Por eso, y otras razones, hoy podemos explicarnos una buena cantidad de problemas que tuvo en relación con esto. Sin embargo, y he aquí lo extraordinario, Juan aprendió lo que siglos más tarde nos recordó Leopoldo María Panero: a respirar por sus heridas. Quien aprende a respirar a través de la herida se topa de lleno con lo que nos hace más radicalmente humanos: La Esperanza y la Compasión. Esto que Juan de la Cruz experimentó y que, como buenamente pudo, comunicó, se encuentra en una región donde sólo han llegado, de momento unos cuantos, liberados de todos los yugos dogmáticos, pero que a nadie le quepa duda de que es el destino al que todos estamos llamados. La meta es Ser.
*Profesor de Filosofía
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