Opinión | Foro romano

La patria es la infancia

Es una fiesta, esta de la Navidad, acorde con el ser humano porque su esencia son los villancicos, que en un momento se convierten en una reflexión, como el de ‘Noche de paz’

Dos niñas bajo la potente iluminación
 artificial navideña, una de las señas de 
identidad de las fechas en los nuevos tiempos. 
FOTO: Ricardo Solís / LNE

Dos niñas bajo la potente iluminación artificial navideña, una de las señas de identidad de las fechas en los nuevos tiempos. FOTO: Ricardo Solís / LNE

Un símbolo del capitalismo: que un chaval asesine a un ejecutivo del sistema de salud de los Estados Unidos por su mal reparto de la sanidad es una señal de que el mundo no está bien repartido y de que convivimos con toda naturalidad con el escándalo y la injusticia de los pobres y los ricos. Salud, dinero y amor son los tres mayores deseos del ser humano. Pero el capitalismo, el sistema económico por el que se rige el mundo, sea católico, musulmán, hindú, budista o judío, es tan injusto como que la propiedad privada de cinco personas sea mayor que la riqueza de 50 países y que unas cuantas personas acumulen riqueza en exceso por privar al resto del mundo de medicinas asequibles.

La primera impresión la ves cuando vas al centro de salud a pedir cita: ves a un montón de ciudadanos sudamericanos que en esos espacios se dan cuenta de que han venido a un lugar, a una nación, que no los priva de cubrir sus necesidades básicas, como la de recuperar la salud. Sus parientes en Estados Unidos, después de haberse jugado la vida atravesando la frontera con México, que tiene una longitud de 3.169 kilómetros, llegan al «paraíso» de la democracia y se mueren de dolor si una enfermedad los visita. Porque nadie los curará si no tienen una buena cartilla. Y en vez de sentarse en el saloon, el bar típico del lejano Oeste en el siglo XIX, donde se vendían cervezas y licores y, a veces, comida y se daba hospedaje, tenían que huir a las sierras donde los indios chiricauas les atacarían con arcos y flechas para quitarle la cabellera.

Aunque en España parece que también vamos aprendiendo porque los seguros están en la cabeza de las quejas de los usuarios, sobre todo de aquellos que han cumplido bastantes años. Quizá por haber aprendido en sus países que la igualdad está en el campo de la sanidad los inmigrantes se van a su centro de salud a comprobar que hay sitios donde todavía los tratan como seres humanos. Y comprueban también que la equidad en sanidad pasa por la atención primaria.

Pero como necesitamos también vivir sin esa preocupación constante de la salud y liberarnos algo de esa sabiduría norteamericana que aprendimos en las novelas del Oeste porque hemos descubierto que incluso en su alma habitan ciudadanos de imprecisa condición, bastante parecidos a Trump, es bueno aprovechar este tiempo de diciembre y enero, señalado por las fiestas, para divertirnos. Y darnos cuenta de que más cierto que la sabiduría norteamericana que nos inculcaron cuando en las escuelas nos daban leche en polvo y queso amarillo es el dicho de que la patria es la infancia. Porque ahora, en Navidad, volvemos a aquel tiempo de inocencia en el que fabricamos nuestra historia, que llenamos de polvorones, perrunas, rosquillos, lomo y chorizo y le pusimos música de panderetas, botellas de aguardiente y castañuelas aunque estuviera lloviendo e hiciera frío. La Navidad con tantas luces, como la de ahora, es un invento de este tiempo.

La que se me viene a la cabeza cuando dejo volar el pensamiento es aquella de la torre de mi pueblo cuyos altavoces hacían sonar los villancicos y sus campanas, la alegría que se podían permitir todos los pueblos. Luego, con el tiempo, aquella singularidad de la infancia la hemos ido adornando con regalos, con los inventos de los grandes almacenes y con la iluminación de grandes espacios, como la calle Cruz Conde, gracias a la pericia de las iluminaciones Ximenez Group, de Puente Genil, que nació hace 80 años.

Es una fiesta, esta de la Navidad, acorde con el ser humano porque su esencia son los villancicos, que en un momento se convierten en una reflexión, como el de Noche de Paz; o un paisaje con historia, como el de la Sala Orive, que ocupa el espacio donde en su día estuvo el circo romano y donde el pasado viernes la Nova Schola Gregoriana convocó la armonía entre la música y la fiesta. Para llenarnos de salud, justicia y alegría.

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