Opinión | Hoy
Mi oración
Ahora, con el Adviento, me preguntas cómo es mi oración. Bueno, ante todo te diré que no es mía. ¡Pobre de mí si caigo de nuevo en el terrible error de pensar que yo puedo algo por mí mismo, en medio de esta selva oscura donde tan bien se desenvuelve la Tiniebla! Si me guío por esa vanidad, no le duro a la Tiniebla ni dos minutos. Te respondo. Mi oración la he aprendido de Jesucristo, nuestro verdadero Maestro, porque él me conoce, no desde ninguna psicología, sino desde el amor. Nos lo dice en el Evangelio de san Mateo: «Tú, en cambio, cuando quieras rezar...» Y: «Pero, cuando recéis, no seáis palabreros...» (Mt 6,6 en adelante) Busca la cita y acaba tú de leer el texto. Ésta es mi oración. Es la oración del silencio. Tras el Evangelio, la aprendí a practicar con mis hermanos carmelitas descalzos, en tantos días y noches que me regalaron allá arriba, en nuestras Ermitas. Una oración de silencio; es decir, de dejarlo todo todo, ocupaciones, preocupaciones, obsesiones, prevenciones, cavilaciones, y ponerme en manos de nuestro Padre del cielo, de Jesucristo, del Espíritu Santo. Rato tras rato en esa oración, fui aprendiendo que el Padre me habla en el silencio, como nos ocurre a las personas. Si yo quiero escuchar a alguien, si quiero aprender, tengo que permanecer en silencio. El Padre no nos habla con palabras, nos habla con el silencio. Si yo hablo, él calla. El silencio también me ayuda a que no actúe la vanidad de creerme que consigo algo por mí mismo, incluso que consigo hacer una buena oración. Es una oración de entrega absoluta, de confianza absoluta, o sea, de fe absoluta, y el Padre se encargará de irme llevando. En la oración descubro el fondo de la pobreza: el confiar en que la ayuda no me viene del poder, del dinero, del prestigio, sino del Padre, y, así, mis apoyos sólo están en él. Jesús es la vid y yo soy su sarmiento. En realidad, como ves, es muy sencillo; posee la sencillez del amor, la que vemos en una madre con su hijo, en la naturaleza, en cómo se abre una flor, en cómo alivia una brisa o un vaso de agua; en ese espectáculo maravilloso que nos regala el universo en cada una de sus estrellas. Ésta es mi oración. Y nada de elucubraciones mentales; sólo silencio y confianza. Es una continua prueba para mí, porque hasta para fortalecer mi fe necesito la continua asistencia del Espíritu Santo. Ya te he dicho que no caigas en la vanidad de pensar que puedes conseguir algo por ti mismo, porque la Tiniebla es muy poderosa. La fe es un compromiso absoluto, porque constatas a cada paso la certeza de su ayuda. Pero mejor me callo y dejo que el Padre te lo explique; si tú quieres, claro. Él sólo necesita que te pongas.
*Escritor
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