Opinión | Caligrafía

Hacerlo mal

Me escribe un cliente para ver si su juicio se puede adelantar. Su juicio es dentro de dos años. No puede ser antes. Querría adelantarlo porque de él depende que vuelva a cobrar una prestación que necesita y le corresponde. Ha dejado de cobrarla porque alguien, en su mesa, con su ordenador delante, tal vez el segundo desayuno recién tomado, tenía que elegir entre dar una cita médica para el día siguiente o quitarle la prestación, y eligió lo segundo. Después se iría, no sé, a ser una de las sonrientes personas que toma cervezas con su bici al lado, o se identifica con el bueno de las películas de Marvel, o va a tatuarse algún recordatorio para disfrutar su vida. Se quejará, supongo, de los tiranos. Votará, quién sabe, progreso. Mientras, imaginen que en una casa, además de entrar una enfermedad, deja de entrar dinero. Ningún dinero. E imaginen que así, enfermos, van a pedir paciencia en el banco, y a pedir ayuda, y a vender poco a poco lo que tuvieran de valor en su casa. Ponderen que aunque estas desgracias parecen ser de otros, pueden pasarles a ustedes mañana mismo. No hay que esperar grandes ocasiones para hacer el bien: basta la mínima intención de no dañar al otro mientras quede otra opción. Es de temer la incapacidad de ejercer la micra más pequeña de poder por tanta gente parapetada en grises mesas desperdigadas por oficinas penosas. Es terrible que ahí, pudiendo arreglar el problema para el que se crearon, se elija en cambio mutilar a la gente. El bien se hace, no se dice. Da igual recitar con hipocresía la consigna buena y golpearse fuerte el fariseo corazón.

*Abogado

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