Opinión | El ángulo
El invierno árabe
Oriente Próximo es el tablero donde las grandes potencias juegan
Es difícil no sentir esperanza tras el derrocamiento de Al Asad, y al mismo tiempo, tener la convicción de la inevitabilidad de lo que está por venir. Hace catorce años la explosión en el mundo árabe contra sus gobiernos autoritarios abrió en Occidente la ilusión sobre un proceso democratizador por la fuerza de las revueltas populares. Esa primavera empezó en Túnez, continuó en Egipto, Libia, Siria, Argelia o Yemen y se asfixió al poco tiempo o el conflicto ha ido sobreviviendo de manera latente o como estados fallidos en el caso de Libia. Ni una nueva primavera árabe o primavera 2.0, ocho años después, consiguió ninguna de las reivindicaciones del pueblo, que en su primer levantamiento causó medio millón de muertos y doce millones de desplazados. En los regímenes menos totalitarios y más cercanos a Occidente como Túnez, Marruecos o Argelia fue donde las revueltas cosecharon un éxito político mayor, las dictaduras más autoritarias como Siria, Libia y Yemen concluyeron en largas guerras civiles y fueron las monarquías del golfo pérsico las que culminaron con tímidas reformas sociales y un aumento en los servicios públicos. Para la economía de la zona, los resultados fueron devastadores y la región fue menos libre y más pobre que en 2010, mientras los potencias militares que mueven el mundo jugaban con las mayorías y minorías de cada uno de los países levantados. Rusia, Estados Unidos, Irán, Turquía e Israel tienen su destino unido a sus apoyos en la zona, y las consecuencias de su actuación o de su parálisis impactan no solo en la población local, sino que vuelven como un bumerán a Occidente, desde el atentado a las Torres Gemelas, el terror también se volvió global. Mientras Trump y Zelenski rezaban en Notre Dame junto con un Macron en la cuerda floja, Al Asad hijo escapaba de su país huido a su vez de la tutela de Rusia, cada vez más debilitada por la resistencia de Ucrania y sus aliados. El éxito de los rebeldes ha sido también posible por el empoderamiento de Israel tras la victoria sobre Irán y Hizbulá en el sur del Líbano. La invasión del gobierno de Netanyahu a Gaza como respuesta a los atentados de Hamás ha ayudado paradójicamente al triunfo de los islamistas en Siria. La balanza de ganadores y vencidos en ese territorio de arenas movedizas no siempre es el previsible, por ahora el gran derrotado es Irán y el nuevo vigía de la zona, protagonista ya de las negociaciones de paz entre Israel y Hamás por Gaza, es Turquía.
Que el entusiasmo no nos haga olvidar que la realpolitik hace aliados a los antiguos adversarios y que Oriente Próximo es el tablero donde las grandes potencias juegan pero con la vida de otros.
*Politóloga
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