Opinión | Tribuna abierta

Amenazas existenciales

Apuntan desde Carmignac, una de las principales casas francesas de gestión de patrimonios, que la crisis en la que está sumido el país galo puede convertirse en una «amenaza existencial» para la eurozona, y hay que darles la razón siempre que se amplíe el angular. En realidad, la eurozona lleva tiempo viviendo en esa amenaza existencial, ahí están los informes de Enrico Letta y Mario Draghi como avisos recientes de primavera y otoño pasados y ahí está, entre otras cosas más, el imparable deterioro de la vieja locomotora alemana como ejemplo de largo recorrido.

La condición de primera potencia reguladora del mundo ha acabado por asfixiar a la eurozona, constreñida por unas reglas del juego que ya no sirven más que para resistir a duras penas los envites de quienes como Estados Unidos y China -por situar los referentes y con claves distintas- actúan con mucha más agilidad y eficiencia con la iniciativa por delante.

Precisamente eso, la iniciativa, es lo que ha perdido la eurozona, aun cuando los más escépticos se pregunten si es que alguna vez la tuvo. Por supuesto que la tuvo, eso es el euro, la unión monetaria. Otra cosa es el proceso inconcluso, desde el fiscal hasta la defensa común, pero eso es otra historia.

Lo cierto es que las ingenuidades trufadas de soberbia que han ido marcando las políticas de los últimos años, evitando mirar de frente a los problemas reales de las sociedades europeas, las continuas patadas hacia delante para mantener agendas imposibles -simplemente por inasumibles- y la insistencia en mantener patrones de crecimiento anticuados o desbordados han supuesto un coste de oportunidad en lo político y en lo económico. La situación de Francia, las elecciones anticipadas en Alemania o la inestabilidad institucional permanente de nuestro país son ejemplos de lo primero. De lo segundo, basta quedarse con el ránking de las primeras cincuenta grandes compañías tecnológicas del planeta. Solo la alemana SAP, la francesa Schneider, la finlandesa Nokia y la holandesa (países bajos) ASML están en esa lista. Cuatro de 50.

El oportunismo, el clientelismo y la ortodoxia ideológica elevada a la categoría de autoridad moral, han sembrado de minas el escenario político hasta voltear el sentimiento europeísta y convertirlo en una causa, cuando menos, dudosa. Ya lo han dicho desde Roma, Amsterdam y Viena. Lo gritan desde París y Berlín se pronunciará en un mes. Lo de Londres fue puro paroxismo anunciado.

La falta de visión, la lentitud de movimientos y el enroque autosuficiente y arrogante de unos modelos económicos agostados para responder a unas sociedades cada día más avejentadas que no admiten que ya no son lo que eran, han hecho el resto.

El viraje sociológico del continente es inevitable mientras no se afronten los problemas con realismo, determinación y mucha voluntad de adaptación a un mundo de reglas inciertas y volátiles. El «America first» de Donald Trump lleva tiempo inoculado por estos lares en versiones a la medida de cada país y eso no tiene regulación que lo resista ni bulos que lo soporten por mucho «relato» que se le quiera echar al asunto. Entre otras cosas porque es la economía, siempre lo es, lo que importa. Y si es en democracia, en libertad, mucho mejor. La gran diferencia es que el dólar sigue siendo el dólar y el euro, que simboliza cosas distintas según desde qué capital se mire, vive una larga y, siempre amenazadora, crisis existencial. Como la Francia de Macron de la que habla Carmignac.

*Periodista

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