Opinión | Calma aparente

Lenitivo canario

Es normal aburrirse y mirar el calendario, su atractivo es incuestionable. Viajar por sus mapas de días cuadriculados es tan incierto como sugestivo. Los planes son perfectos, intachables. Busca uno el puente más cercano y se olvida del presente. Niveles tan altos de abstracción solo se consiguen, quizá, comiendo helado. Aunque todo se desmorona cuando llega el momento de concretar el proyecto. Entonces vuelve uno a la realidad y descubre que solo han pasado dos minutos, que queda toda la jornada por delante.

Pero el primer impulso cuaja a veces. Así es como terminé en Fuerteventura la semana pasada. Llegamos tarde. Cogimos el coche de alquiler y nos fuimos directos hacia el hotel, que estaba en la otra punta de la isla; la atravesamos a oscuras, sin farolas que nos permitiesen intuir lo que nos rodeaba. Al llegar, las luces de neón y los continuos anuncios de relojes de lujo nos resultaron sospechosos. El hall del hotel nos preocupó: aquello era un parque temático para guiris jubilados.

Por la mañana, el espectáculo mejoró con el desayuno. Parecía un campo de batalla. Las primeras imágenes que vi me sobrecogieron: una obesa con chapetas se servía temblorosamente una copa de champán; un gordo de barriga recia, vestidocon chanclas, bermudas y camisa hawaiana, le quitaba a un niño el último trozo de bacon; una septuagenaria operada, con cara de opositor ruso envenenado, miraba a la nada con las comisurasde los labios manchadas de chocolate. Buscamos un refugio y desde allí trazamos nuestro plan: acercarnos a la comida con rapidez y precisión, como halcones.

Afortunadamente, todo cambió después del desayuno. Tan pronto como empezamos la primera visita, el paisaje se transformó. A la izquierda, el océano Atlántico; a la derecha, montañas rojas, rocosas, sin apenas vegetación. No sabía si estábamos recorriendo Marte o haciendo una ruta del Dakar. El proceso de relajación se completó cuando llegamos al faro de Jandía. No hay nada como situarse frente a la inmensidad de la naturaleza para recordar la propia insignificancia. Diría que es más sano que comer verdura.

Ese día comimos papas con mojo en mitad de un desierto volcánico, paseamos por una playa interminable, donde había un cementerio en la arena, y vimos, desde lo alto de una duna, un atardecer de los que lo empujan a uno al movimiento hippie. Por la noche, en la piscina del hotel, los guiris bebían cubatas en cubiletes mientras una cubana cantaba Guantanamera. Lógicamente, nos quedamos un rato. Azúcar.

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