Opinión | Escenario
Canto de pájaro
A menudo no se cumplen las expectativas. ¡Cuántas veces nos han recomendado un libro, que ya desde las primeras páginas nos parece insoportable! ¡Y cuántas, una película que resulta ser un tostón! La frustración del que recomienda -si llega a enterarse- y del destinatario de la recomendación suelen ir a la par. Hay un chiste muy antiguo, de cuando se fumaba a mansalva, en que dos amigos van a encender un cigarrillo. Uno de ellos saca el encendedor y dice: «Mi encendedor siempre enciende a la segunda.» «A ver» dice el otro arrebatándoselo y haciendo girar rápidamente la ruedecilla. «Pues ha encendido a la primera.» «¡Ea!» -protesta el dueño del encendedor- «Ya me lo has estropeado.» Hasta cuando es para bien, si no se cumple la expectativa, el que recomienda queda en evidencia.
La cosa empeora cuando lo que se recomienda es una persona: que fulanito es encantador, que no te puedes imaginar lo divertido que es, que anima cualquier reunión, que verás que buena tarde pasamos... Y luego el tipo es un malasombra que, no sólo no tiene gracia ninguna, sino que además la toma contigo y te hace blanco de sus bromas. Divertidísimo, si señor, pero no lo traigas más. Y es que, como solemos expresar coloquialmente, las personas se lucen. Nos lucimos. No respondemos a las esperanzas depositadas en nosotros.
Si las esperanzas han sido dirigidas a niños o niñas, peor que peor. El refranero español que para cada ocasión tiene, no una, sino varias sentencias, lo deja claro: «No convides a gracia de niño ni a canto de pájaro». Nos habrá pasado alguna vez: un padre presume de que su hijo sabe de memoria las alineaciones de tal o cual equipo y cuando lo ponen a prueba el niño se pone colorado, hunde la barbilla en el pecho y se esconde detrás de su padre. O la niña, a la que ofrecen calamares fritos, que la madre rechaza, diciendo que a su hija no le gustan, a lo que la niña responde sin pizca de vergüenza: «Claro que me gustan. Es que tú no me los das». En lo que se refiere al canto de los pájaros, no tengo más referencia que la de Homero, mi loro. Él sabe hacer muchos ruidos -el centrifugado de la lavadora, la alarma del frigorífico, el timbre de la puerta, el portero automático, el camión de la basura- decir muchas palabras y hacer muchas voces; de hecho es capaz de imitar a cada uno de nosotros; nuestra risa, nuestra forma de saludar, el taconeo de los zapatos... pero no se me ocurriría ponerlo a prueba. Homero, como los niños o los adultos escoge el momento de hacer sus gracia, así que no debemos obligarlos a riesgo de que nos dejen caer en el ridículo más absoluto.
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