Opinión | Jueves sociales

Volver a ser hija

Se ha terminado noviembre, que es el mes que menos me gusta, y eso que hace unos años que el frío llega cada vez más tarde y la niebla aparece solo algunos días. En mi infancia, noviembre era el mes de la oscuridad perpetua, de las tardes grises y las mañanas de cristales condensados. Era, como ahora, el mes de los exámenes, de las tardes de brasero y decimales, sumas infinitas, restas para llevar, morfemas, lexemas y declinaciones, mientras la noche engullía rápidamente las pocas horas que nos ofrecía el día. Daba gusto el beso de mi madre en la frente, el olor a dulces recién hechos con que la casa nos acogía después del instituto, o la esperanza de que enseguida llegarían las navidades, a su tiempo, no con dos meses de antelación, como ahora. Por eso, y también por el desamparo del cambio de hora que convierte las tardes en un embudo de luz, donde todos vagamos insomnes, en esta época cerraría los ojos y pediría el deseo de volver a ser hija. No es irresponsabilidad ni dejación de funciones, ni tampoco deseo masoquista de volver a examinarme. Es la nostalgia de una sensación de facilidad, del espejismo de que todo iba a estar siempre bien, y la única obligación era sentarse a estudiar en una mesa camilla rodeada de hermanos en un tiempo dividido en trimestres. Se pasa pronto, claro, porque no puedes volver atrás, y la vida te empuja como un aullido interminable, como ya nos dijo J. A. Goytisolo. Además, en este ritmo frenético que hemos marcado a nuestra existencia, apenas cabe la añoranza, sobre todo porque se acumulan antes de tiempo las fechas como si viviéramos en una carrera de obstáculos que tuviéramos que superar para llegar a final de año. Aun así, entre el Black Friday, el Ciberg Monday, Halloween, Acción de gracias y tantos nombres extranjeros, estos días de noviembre y diciembre, con esta luz de internado que nos rodea, de vez en cuando, me gustaría volver a ser hija. Y aunque se me pase enseguida y vuelva a ser madre en un instante, como una cenicienta inversa, durante unos segundos me acompaña el recuerdo de una infancia que quizá me llega falseado, pero que igualmente reconforta, como un abrazo calentito. Y sobre todo, siento que he disfrutado de un legado de seguridad, de una herencia de refugios y hogares que me gustaría transmitir a mis hijos cuando sientan el frío y la niebla, la oscuridad y el miedo de un noviembre que aún no ha empezado, pero que amenaza con quedarse para siempre en la memoria de estos tiempos inciertos.

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