Opinión | Para ti, para mí

La Inmaculada: "¡Qué bella es nuestra Madre!"

La fiesta litúrgica de hoy celebra una de las maravillas de la historia de la salvación: la Inmaculada Concepción de la Virgen María, dogma proclamado por el papa Pio IX en 1854. Tambien ella fue salvada por Cristo pero de una forma extraordinaria, porque Dios quiso que desde el instante de la concepción la madre de su Hijo no fuera tocada por la miseria del pecado. España celebra a la Inmaculada como patrona y protectora desde 1644, y en este día, existe la costumbre de una visita del Papa a Santa María la Mayor, para rezar a la «Salus Populi Romani», dirigiéndose después inmediatamente a la plaza de España para realizar el tradicional acto de homenaje y oración a los pies del monumento a la Inmaculada. ¡Cuántos y qué hermosos textos de los pontífices de la Iglesia, dedicados a la Inmaculada! El papa Francisco ha proclamado que «la Inmaculada es fruto del amor de Dios que salva el mundo. ¡Qué bella es nuestra madre, que pone su mirada de amor sobre nosotros!». En una de sus plegarias ante la columna de la plaza de España que hizo colocar Pio IX como perenne recuerdo del dogma de la Inmaculada, Francisco se dirigía a la Virgen con estas palabras: «Ayúdanos a estar siempre atentos a la voz del Señor: que no seamos sordos al grito de los pobres, que el sufrimiento de los enfermos y de los oprimidos no nos encuentre distraídos, que la soledad de los ancianos y la indefensión de los niños no nos dejen indiferentes, que amemos y respetemos siempre la vida humana. Eres toda belleza María. En Ti vemos la alegría completa de la vida dichosa en Dios. Haz que nunca perdamos el rumbo en este mundo: que la luz de la fe ilumine nuestra vida». Desgraciadamente, andamos con aguas turbulentas bajo el puente de la historia de nuestros días. Cunde el desánimo en una sociedad anestesiada por tanta lluvia tóxica que impide la legítima defensa, la valiente toma de conciencia ante palpitantes falsedades. Parece que se cumple lo que decía el sociólogo Gilles Lipovetsky, cuyos titulos provocativos ya nos señalarían el escenario crítico y sórdido en el que nos movemos actualmente: «una era del vacío» donde el individuo nos aísla y enfrenta, una «ética indolora» en la que haciendo las cosas mal, ha dejado de dolernos en la conciencia sin que aparentemente pase nada. Por eso, hoy, con urgencia necesitamos la presencia y la intercesión de nuestra Madre Inmaculada: Necesitamos su mirada para recuperar la capacidad de mirar a las personas y cosas con respeto y reconocimiento, sin intereses egoístas o hipocresías; necesitamos su corazón inmaculado para amar gratuitamente, sin segundos fines, sino buscando el bien del otro, con sencillez y sinceridad, renunciando a máscaras y maquillajes; necesitamos sus manos inmaculadas para acariciar con ternura, para tocar la carne de Jesús, en los hermanos pobres, enfermos, despreciados, para levantar a los que se han caído y sostener a quienes vacilan; necesitamos sus pies inmaculados, para ir al encuentro de quienes no saben dar el primer paso, para caminar por los senderos de quien se ha perdido, para ir a encontrar a las personas solas; necesitamos su regazo maternal para acoger, proteger y abrazar a los que nadie acoge ni abraza, a los que viven atormentados por fracasos y derrotas.

Hoy es una jornada azul, especialmente dedicada a los jóvenes, que han de encender en sus vidas, sueños nuevos, horizontes luminosos. La Inmaculada nos ofrece a todos una ráfaga de limpieza moral que nos devuelva la sonrisa y la paz, la confianza en nosotros mismos para mantenernos firmes en la lucha cotidiana. «Cada sí a Dios, nos recomienda el Papa, es el principio de una historia de salvación. Como la del sí de María». Como el mensaje tan bello del poeta Carlos Bousoño, en sus versos delicados y tiernos: «¡Ser un instante luz, sólo un instante! / Sopla y enciéndeme, Señor, cual árbol / resplandeciente entre la noche oscura».

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