Opinión | Foro Romano

El mes de la infancia

Cuando en la Navidad éramos niños que llegaban a las casas a preguntar ¿se canta o se reza? para que nos dieran el aguinaldo después de haber sonado las panderetas

Niños y sus familias cantando villancicos en una plaza durante las fiestas de Navidad.

Niños y sus familias cantando villancicos en una plaza durante las fiestas de Navidad. / EFE

Diciembre es el mes de la niñez, ese tiempo en el que la sabiduría adulta se calla y deja hacer a la sencillez de la infancia. Cuando de la memoria se borran todos los argumentos y solamente siguen viviendo los atados a travesuras infantiles. A esa época en la que el ser humano nada tiene que ver con responsabilidades de danas, con presidencias de partido político y con convicciones donde el ciudadano nada tiene que ver, mientras que el gobernante saca provecho. Es el tiempo de olvidarnos del bulo y de los sindicatos tipo Manos Limpias y recordar aquellos tiempos cuando la Navidad empezaba en la casa de la señorita Paulina donde después de preguntarle «¿se canta o se reza?» entonábamos un villancico con nuestras voces y panderetas y nos llevábamos un aguinaldo que nos curaba las penas. De allí nos íbamos para doña Salvadora donde cantábamos los peces en el río, a Belén pastores y campana sobre campana. Eso era por las calles, ya de noche, donde tomábamos el pueblo a nuestro modo y los mayores nos alentaban a que lo hiciéramos. Cuando por los tejados de las chimeneas salía humo con olor a chorizo.

Por la mañana, si era a comienzos de diciembre, Marcelino y yo vestíamos en la iglesia el Portal de Belén, una ciudad que se ubica en el centro de Cisjordania, la actual Palestina antes Judea y Canaán, a 9 kilómetros del sur de Jerusalén. Quienes hemos visitado ese espacio sagrado donde ahora vive el cruel Netanyahu, al que el Tribunal Penal Internacional ha ordenado detener por delitos contra la Humanidad en Gaza, nos íbamos rapidito al Portal donde la Biblia dice que nació el Niño Jesús para vivir de cerca la Historia Sagrada, que para los niños de una época era tan real como el Paraíso terrenal, donde se sustentaban las nociones de nuestro pensamiento cristiano. Aunque la tumba de Jesucristo, localizada en la iglesia del Santo Sepulcro en la Ciudad Vieja de Jerusalén, era quizá el monumento que más atraía de los viajeros que pisamos Tierra Santa.

Pero sigamos con la edad de niños, cuando en las mañanas de diciembre Marcelino y yo vestíamos el Portal de Belén de Villaralto. Íbamos a los comercios, a Abraham y Garcías, a por cartones para construir el nacimiento con la mula y el buey, los ríos de plata –que nacían y desembocaban donde había espacio, sin tener en cuenta los desbordamientos de posibles danas-, Jesús, María y José, los Reyes Magos y una infinitud de pastorcillos que se sabían de memoria todos aquellos andurriales divinos. Durante las tardes y las noches tempranas de este tiempo los de la rondalla nos íbamos a los pueblos donde nos llevaban a cantar villancicos con bandurrias, laúdes y guitarras, acompañados de castañuelas, claves y panderetas y luego nos convidaban, sobre todo con dulces hechos para estos días de fiesta. Aunque una tarde, en Pozoblanco, el convite me hizo desquitarme de una de mis cateteces infantiles. Al terminar el concierto nos llevaron a un bar y nos sirvieron aceitunas rellenas. Era la primera vez que las veía. No las probé porque creía que eran aceitunas podridas. Cuando se lo dije a mis compañeros se rieron de mí.

Por cierto que entré en la rondalla porque uno de sus componentes, que era vecino mío, le dijo al cura, don José Luque Requerey, en su día párroco del Campo de la Verdad, que si yo podía entrar en la rondalla. Me hizo una prueba y me dijo que sí. El vecino que le habló al cura por mí y que más adelante me dejó su sotana cuando me metí a monaguillo fue Rafael García, el padre del tenor cordobés Pablo García-López. La música ya estaba dentro de aquella familia. Música que comenzaba a hacerse ya imprescindible por los altavoces de la iglesia el día de la lotería, cuando 25.000 pesetas eran un premio que te cambiaba la vida. La Misa del Gallo era la primera cita seria a deshora a la que nos permitían asistir nuestros padres. Cuando en la Navidad éramos niños que llegaban a las casas a preguntar ¿se canta o se reza? para que nos dieran el aguinaldo después de haber sonado las panderetas con Pero mira cómo beben los peces en el río.

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