Opinión | Colaboración

No es la política, estúpidos

Han pasado casi 10 años desde aquella esperpéntica escena. Un concejal -y constructor- cordobés, apodado Sandokán, investigado por operaciones turbias y que a la postre resultaría condenado en el caso Malaya, se encaró con los periodistas:

-Dimitir, dimitir... ¿Dimitir de qué? ¡Dimite tú!

En la radio utilizamos ese fragmento sonoro cada vez que alguien está cercado por evidencias de que ha metido la pata, pero que no renuncia al cargo ni harto de vino. En realidad, apelamos a la ironía para disimular la frustración. Porque escuchar a Sandokán invita a la risa, sí, pero confirmar que la dignidad de asumir responsabilidades políticas sigue brillando por su ausencia eso ya no hace ninguna gracia. Ahí tenemos a Carlos Mazón, cuyas maniobras escapistas y mentirosas para camuflar una negligencia palmaria han agriado todavía más la charca en que se ha convertido el debate político. Aunque no nos confundamos: el problema no es la política, sino los partidos. No logro entender, por ejemplo, a dónde quiere llegar el PP, un partido que se dice de Estado, con esta enloquecida huida hacia delante que ha emprendido desde la DANA. Claro que el resto del paisaje, con la sombra de la corrupción asomando otra vez la patita -en este caso, la patita izquierda- y un presidente de Gobierno convertido en funambulista permanente porque sus teóricos socios le putean día sí, día también, añaden toneladas de descrédito y desánimo. Algún día tendrá que estudiarse cómo organizaciones que representan las ideologías de los ciudadanos empujan a esos mismos ciudadanos a una nueva indignación: la de considerarles inútiles a todos. O sea, lanzarles en brazos de la antipolítica, la antesala del autoritarismo. El otro día un amigo, que hace años analiza todo esto desde un ácido sentido del humor, me dijo: «¿Y si el sistema ya ha colapsado?». Le respondí que no, que exageraba. Pero es verdad que aquel consejo de no revolcarse en el fango con un cerdo -porque el cerdo disfruta, pero tú te ensucias- creo que ya ha perdido toda su utilidad. No lo practica ni Dios.

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