Opinión | El cuerpo en guerra
Cumpleaños
Cuando leáis esta columna, ya habré pedido un deseo con los ojos cerrados y soplado las velas de la tarta. Ya será el día después, ya estaré llenando el vaso de los escasos días que me quedan con la única etiqueta que he ostentado siempre y con la que me siento bien: la de poeta joven. Pero centrémonos en ahora: este no ha sido un año cualquiera, quizás uno de los más determinantes, en el que he tomado decisiones conscientes que me han llevado a la vida que quería tener, más allá del dolor.
No es sencillo empezar con una misma al borde del abismo y ser capaz de reconducirte hacia la plenitud. Pasar de soplar las velas con el que ahora es tu exmarido a hacerlo rodeada de amigas que te quieren y te han llevado del brazo a donde debes estar, al lugar de ti misma que te pertenecía y se estaba fraguando en tu interior a cámara lenta.
Supongo que la palabra que trato de pronunciar es «gracias» a quienes me han acompañado en este viaje al fondo de mí misma y al renacer del mundo. Gracias por acompañarme, por quererme así, hecha un desastre y después renacida. Por bailar conmigo, por venir a verme, por traer comida cuando el dolor, por preguntar si había llegado bien a casa, por acunarme cual cierva herida, por berrear cual cierva deseante con el cuerpo en llamas. Gracias por ser mi refugio y una parte de mí misma que se siente lo suficientemente fuerte como para levantarme y echar a andar, como para ver un horizonte tan precioso allá esperando...
No sé a dónde me dirijo, pero sé que quiero hacerlo con vosotras, con vosotros. Sé que soy capaz de hacerlo gracias a vuestros cuidados. Que sois muro que palpar haciendo camino y también bastón. Sois teclado y tinta de bolígrafo para crear palabras que denominen esta realidad que no entendemos y duele pero a veces se transforma en destellos luminosos.
Ángel González decía que «para vivir un año es necesario / morirse muchas veces mucho». Y no se equivocaba. He enterrado a muchas Anas por el camino, tantas como he necesitado para salir de la crisálida así, semitranslúcida, plena. Aglutino la belleza de cuanto fui capaz de reunir en mi interior y bramo tranquila. Llamo a otras ciervas y ciervecillas que jamás serán mi hija. Las abrazo, miro al horizonte. El mundo se muere, estamos matando el planeta, y aún así el paisaje es tan pleno... Que cuanto deseo, como decía Carmen Laforet es muy sencillo: «Escribir con tranquilidad a mi manera lo mejor que sepa.» Y seguir queriéndome y queriéndoos. n
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