Opinión | Tormenta de verano
Atrio de los gentiles
La Mezquita-Catedral de Córdoba es uno de los monumentos más singulares del mundo, testigo de la alianza milenaria entre el arte y la fe. La arquitectura islámica, con ecos helenísticos, romanos y bizantinos, se funde con la cristiana en una de sus expresiones más bellas, en el que está considerado uno de los más importantes del Occidente islámico. El 40 aniversario de su inscripción en la Lista de Patrimonio Cultural Mundial de la Unesco, y el 10 aniversario de su calificación como «Bien de Valor Universal Excepcional» ha traído a nuestra ciudad la oportunidad de celebrar estos días la XIII Conferencia internacional sobre Catedrales Europeas con el título «Patrimonio universal. Bienes religiosos de interés cultural», con representantes de administraciones públicas y de instituciones privadas, de especialistas máximos en diversas materias como arquitectos, restauradores, juristas y conservadores, y otros muchos que comparten sus experiencias.
Como proclama el Parlamento Europeo en una resolución del 2015, este patrimonio religioso, también es patrimonio inmaterial cultural de toda la humanidad. Señala el deán del Cabildo de Córdoba , Joaquín Alberto Nieva, que el mismo no sólo está al servicio del culto divino, sino que también es dinamizador de la vida de la ciudad, de la cultura y del turismo cultural universal en sus diversas manifestaciones pictóricas, escultóricas, orfebres, arquitectónicas, entre otras, pues las dimensiones religiosa y cultural no son contrarias sino complementarias, según los acuerdos del mismo Consejo de Europa.
Como indicó en la inauguración del encuentro internacional el sucesor de Osio, Demetrio Fernández, la Mezquita-Catedral que recibe más de 2 millones de visitas este año, con personas de todo tipo de ideologías y creencias, se convierte en el «atrio de los gentiles» en expresión de Benedicto XVI. Personas entre las que el monumento suscita un valor de admiración, de grandeza que conmueve e invita a una dimensión más trascendente de la persona, como lo definiera el poeta francés Paul Claudel, entre una realidad exterior materialista que nos consume y ahoga.
La Sagrada Familia de Barcelona, Notre Dame en Paris, o el Duomo en Florencia, Pisa o Milán, o la catedral de Colonia no son un edificio más ni un reducto de una particular confesión, sino parte de la misma esencia de lo que somos, centros de cultura y espacios de espiritualidad y fe. Un patrimonio vivo que requiere nuestra atención para su conservación y transmisión a las generaciones futuras. Enhorabuena.
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