Opinión | Colaboración

El fango que no cesa

Además de la epidemia de los bulos, llevamos demasiados años sembrando la semilla de la negación del adversario

«Yo creo que están escondiendo muertos». Lo dijo como sin querer, supongo que esperando complicidad. Pero le salió rana porque se llevó un chorreo de aúpa en mitad del monte, que es donde estábamos. Él es un tipo muy sanote, hace tiempo que lo conozco y hay confianza; treintañero, bombero forestal en verano y con trabajos agrícolas el resto del año.

«¿Por qué dices esto?», le pregunté.

«Es lo que he oído por ahí...»

«¿Y por qué crees que alguien querría ocultar cadáveres de la riada? ¿Qué motivo tendría? ¿Cómo lo haría? ¿No dirían nada sus familias?».

Reconozco que le apabullé un poco, no por ningún mérito mío sino por la endeblez de su planteamiento. Que es algo que suele pasar cuando alguien intenta, por ignorancia o por mala baba, propagar una trola y tiene que defenderla cara a cara: que pierde por goleada. En las redes es otra cosa, ya lo sé. Pero creo, sinceramente, que el activismo presencial es una alternativa correcta para combatir la gran plaga de la desinformación. Aunque eso obligue a picar piedra; uno a uno, caso a caso, bulo a bulo. En las redes quien tenga ganas de rock and roll; en los medios por dignidad profesional; con amigos y familiares por vergüenza torera, con los vecinos... No se trata de ningún apostolado moral; es un ejercicio de supervivencia cívica. Porque el otro día Víctor Sampedro, catedrático de Comunicación Política, explicó que ya vivimos en una pseudocracia, «el régimen donde gobierna quien más y mejor miente porque nos convierte en viralizadores de su mentira (pseudo, en griego). Incluso si respondemos con indignación, sarcasmo o ira. También así esparcimos el lodo que nos ciega». Y ahí tenemos a Trump, listo para regresar a la Casa Blanca, como ejemplo superlativo para confirmarlo. En España aún no hemos llegado a ese punto, pero, además de la epidemia de bulos, llevamos demasiados años sembrando la semilla de la negación del adversario. Y sí, sé que la (ultra) derecha y sus terminales llevan ventaja a la hora de repartir responsabilidades, pero esto nos concierne a todos. El fango de Valencia sigue -y va a seguir- ahí para recordarlo.

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