Opinión | Para ti, para mí

«Hay golpes en la vida tan fuertes…»

Junto al desgarro y el dolor, junto al sufrimiento y el grito de los pueblos golpeados por la DANA, nos quedan las imágenes esperanzadas de los corazones nobles, de las personas de bien, de las ayudas que han brotado y llegado a las familias destrozadas, a golpes de generosidad colectiva y comunitaria. El mal se presenta en nuestras vidas de diversas maneras por ser consustancial a nuestra propia existencia. Lo hace a través de tragedias individuales o familiares, locales, nacionales o mundiales, causadas por la mano del hombre o por la fuerza desatada de la naturaleza, con tantas pérdidas como heridas y muertes, que con frecuencia cuestionan nuestros más sólidos planteamientos, haciendo recordar aquellas palabras que brotaron del corazón de Benedicto XVI, de santa memoria, durante su visita a Auschwitz: «¿Por qué, Señor, permaneciste en silencio? ¿Cómo pudiste tolerar esto?». Son las mismas preguntas que nuestros poetas plasmaron en sus versos, como los del poema de Luis Cernuda: «Donde habite el olvido, / en los vastos jardines sin aurora; / donde yo solo sea / memoria de una piedra sepultada entre ortigas / sobre la cual el viento escapa a sus insomnios». O los encendidos versos de César Vallejo, en su poema «Los heraldos negros»: «Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!». No es el momento, ni tampoco el lugar, -en un articulo periodístico-, adentrarnos en más profundidades teológicas, pero sí que vale la pena tener presente que Dios no es el responsable de los males que nos rodean. En el Antiguo Testamento, todos los infortunios, las enfermedades y hasta la muerte, aparecen originadas por Dios. Pero cuando se escribieron esas páginas, las ciencias aún no se habían desarrollado. No se conocían las leyes de la naturaleza, ni las causas de las enfermedades, ni por qué sucedían fenómenos ambientales. Esto hizo que muchos “fenómenos” hoy llamados «naturales», y que en aquella época no tenía explicación, fueron considerados «sobrenaturales» y, por lo tanto, venidos directamente de Dios. Por eso, cualquier cosa que ocurría, buena o mala, era obra de la divinidad. Llega Jesús de Nazaret y la situación no había cambiado mucho. Las ciencias continuaban en su etapa primitiva. Pero, entonces, Jesús aportó una idea nunca oída hasta el momento: «Que Dios no manda males a nadie, ni a los justos ni a los pecadores, Él sólo manda el bien». Para demostrarlo adoptó una metodología sumamente eficaz: comenzó a curar, en nombre de Dios, a los enfermos que se le acercaban. Así anunció la buena noticia de que «Dios no quiere la enfermedad de nadie», y que si alguien se enfermaba no era porque Él lo hubiera permitido. Igual actitud asumió ante la muerte. Y si alguien, desde la orilla de su increencia, nos lanza la pregunta de «si Dios no podía haber creado el mundo perfecto», tendríamos que ofrecerle la respuesta de un gran teólogo: «No, porque lo único perfecto que existe es Él».

Ante la tragedia de tantos pueblos por la DANA terrorífica, la ayuda generosa, fraternal y solidaria: Nuestro obispo, Demetrio Fernández, ha decidido que la Colecta del Dia de la Iglesia Diocesana, que se celebra hoy, sea destinada a la sociedad valenciana. Me gustaría colocar en el corazón, la actitud que, en varias ocasiones, nos ha transmitido el papa Francisco: «El dolor es una experiencia que atemoriza y que puede conmocionar a cualquiera, incluso al creyente, hasta el punto de hacerle tambalear la fe. Hay dos opciones para afrontarlo: la desesperación y la rebelión, o acogerlo como una oportunidad de crecimiento y discernimiento sobre lo que realmente importa en la vida». Preciosa visión del Papa para iluminar nuestras conciencias libres. En parangón, con los versos de Elvira Lacaci: «Señor, no he perdido la fe. / Creo en Ti. Existes. / Has hecho el Universo. Lo conservas. / Has creado a los hombres y alientas su vivir. / Es tu mano la que no sé sentir entre las mías. / Tu mano que a diario, / apretaba, / temblorosamente. Desgarradamente. Apasionadamente».

*Sacerdote y periodista

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