Opinión | Caligrafía

Representar

Comparto algunos grupos de Telegram con gente muy inteligente. El miércoles amanecieron, los que escribían, con un punto de desolación: Trump había ganado las elecciones presidenciales norteamericanas. Pienso que al haber convertido la política en un deporte, ciertas elecciones se ven como competiciones internacionales, aunque no juegue tu equipo. Pienso que desconocemos en buena medida la forma de ser americana. Pienso, finalmente, que estamos enfocando las elecciones como una suerte de épica batalla entre el bien y el mal, como si la disputa de cada concejalía necesitara una barricada. El asunto es más burocrático, y si exigiéramos a los políticos como a burócratas y no como a paladines o guerreros, la cosa pública iría mejor.

¿Por qué tanta sorpresa con algunos resultados, gusten más o menos? Votar es elegir a un representante, y por tanto el que quiere ser votado tiene que tener cierto poder de representación. Debe tener carisma y virtudes aspiradas por el votante, respetadas e integradas en sus propios valores. Damos limosna al mendigo que podríamos ser y votamos al político al que creemos que es más probable que nos pareciéramos. La cuestión es que no podemos echar siempre la culpa a la gente de que no sepan apreciarnos, o no se sientan representados por nosotros. Está bien ser ajeno a lo que piensen los demás, si no vamos a pedirles nada. Pero para pedir su voto la cosa cambia: no puede esperarse la elección por merecerlo, o por estar en el lado bueno. ¿Por qué votar al que hace un punto de honor el no representarme en nada?

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