Opinión | Historia en el tiempo

Una facultad universitaria única

En el último tercio del Novecientos nació y se consolidó con roborante vitalidad la Facultad de Medicina de la Universidad cordobesa, a su vez de flamante creación en el postrer periodo del llamado tardofranquismo.

Por la fecunda aleación de nova et vetera de la que solo las etapas densamente culturales poseen el secreto, su asombroso crecimiento y festinada madurez, su veloz asentamiento y logros alquitarados debiéronse primordialmente a la insuperable conjunción de entendimiento y afanes entre los antiguos cuadros médicos de alta reputación de la histórica ciudad -de belleza deslumbrante en todo tiempo- y las innovadoras energías aportadas por gran mayoría de los miembros de las nuevas generaciones procedentes en especial de las afamadas Facultades de Sevilla y Granada. Siempre es difícil el acomodo entre elites de diferente procedencia geográfica y biográfica, incluso en una idéntica labor académica. Mas en la Córdoba casi «mágica» del despegue de la democracia, rezumante de creatividad y proyectos, toda empresa de buena voluntad y mejor tino tenía asegurada su refrendo. Así, patriotismo local, regional y hasta nacional se dieron la mano en aquellos idealistas comienzos cara al bien indiscutido y supremo del progreso sanitario de la provincia y del Mediodía en su conjunto. Responsabilidad a raudales, idónea planificación adecuada a los recursos disponibles, y trabajo incesable fue el secreto de una aventura que a los ojos del presente desmayado de 2023 se configura con caracteres en verdad encomiables.

Hubo, como es lógico, en capítulo tan crucial de la Córdoba de la bienamada Transición no pocos héroes y protagonistas, que todavía hoy se conservan en la memoria colectiva y que no tardarán en figurar con signos muy descollantes en los relatos que los contemporaneistas describan de tan ebullente etapa de la vida de la ciudad califal, sin duda áurea en muchas de sus dimensiones. Nomina sunt odiosa. El anciano cronista recuerda con viva emoción y casi indeficientemente con honda gratitud a no escasos de los numerosos colegas que contribuyeron en primera persona al adelanto de casi todas las ramas galénicas de una ciudad en la que el radical traspaso de poderes políticos en nada amenguó el interés ahincado de todos sus dirigentes por el avance de la ciudad en una de sus área más esenciales para revalidar su categoría de urbe histórica galvanizada por las metas sugestivas de su horizonte más próximo. La casi irresistible tentación de evocar algunos nombres, cátedras y servicios que más se distinguieron en la redacción de página tan abrillantada del cercano ayer ha, empero, de desecharse por obvias razones de un artículo volandero que en modo alguno cabe ampliar sin detrimento de grave infracción de las normas elementales del noble oficio periodístico.

Las batallas más arduas se libran de ordinario en el terreno del espíritu. Y en ese aspecto pocas pueden compararse con la desarrollada en la Córdoba del último tercio de la centuria anterior en torno al tema invariablemente capital de la higiene pública y de la salud de una ciudadanía creciente y arrolladoramente interesada y comprometida con el cuidado material de sus integrantes. Dentro de varias generaciones, todos sus protagonistas sin excepción, desde los especialistas más reputados hasta las enfermeras más modestas y entregadas así como el concienciado resto de su staff galénico y burocrático, continuaran recibiendo al igual que hodierno el reconocimiento más incondicional y rendido de la colectividad a la que primariamente pertenecen.

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