Opinión | Entre líneas
El defensor indefendible
La ‘dimisión’ forzada de Íñigo Errejón tras conocerse sus supuestas agresiones a mujeres ha causado todo un terremoto en el aspecto político, tanto que ese vaso desbordado ha empapado todo el mantel del debate y resulta difícil hablar sin contaminarse del rechazo a unos abusos, si es que el juez así los califica en su día, y que por el contrario sea fácil olvidar lo principal, las víctimas. De todo ello se ha hablado largo y tendido y seguirá llenando páginas en los periódicos y, previsiblemente, carpetas en algún juzgado.
Sin embargo, me quisiera fijar en un aspecto que, ya digo, es muy secundario: ¿por qué tiene unas connotaciones el caso de Errejón que agrava el juicio ético al que ya está sometido?
En primer lugar, y aunque sea solo inconscientemente, nos causa rechazo los actos contra la ley, la conciencia, los valores... Pero sobre todo nos impactan aquellas acciones inmorales protagonizadas por los que, en teoría, deberían ser los primeros en enfrentarse a ellas. Sin querer hacer comparaciones de miseria moral, y solo poniendo ejemplos muy claritos, son casos de ‘presuntos’ periodistas a los que un lector acude cándido a informarse para recibir solo bulos y consignas políticas manipuladas, o el del profesor que le toma manía a un alumno y en lugar de inspirarle para toda la vida lidera el ‘bullying’ contra él. Por eso, para un juez es más dura la condena moral que la legal por prevaricación, el tomar una decisión a sabiendas que es injusta; o al responsable que aprueba una norma perjudicial para la sociedad solo en beneficio propio y con la conciencia de que «eso no va conmigo», o el abuso de un niño por parte del cura que debería ser el primero en mirar por el espíritu del pequeño, pero al que no le importa machacar su presente y futuro...
Ya digo, sin querer hacer un ranking de maldad, todos estos casos puntuales (al menos quiero creer que son raros) encogen el corazón y, sobre todo, revuelven las tripas. Defensores que no solo no defienden al perseguido sino que, usando como arma la falsedad y el disimulo, e incluso lucrándose con la hipocresía, son el peor enemigo que podría encontrar una víctima. Y que conste que el que haya casos más o menos graves de fariseísmo no exculpa a ninguno. A ninguno.
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