Opinión | Tribuna
Errejón nos deja deberes
Con este último giro de guion, sumado a Koldo y compañía, la izquierda ha envejecido y perdido lustre en el escaparate del consumo político
En su carta de dimisión forzada, Íñigo Errejón afirma haber llegado «al límite de la contradicción entre el personaje y la persona». Su suerte como persona ya la zanjará la justicia, como personaje político es evidente que su límite ha resultado terrible y fatalmente laxo. El gran estratega no quiso mirarse al espejo y, en su caída a los infiernos, arrastra a demasiados. Aún es pronto para medir las dimensiones del cráter abierto en la izquierda, pero ha dejado los cimientos flotando en el vacío.
El feminismo más reivindicativo puso el pie en el acelerador del consentimiento, pero, en una suerte de abrazo mortal, quedó vinculado a los espacios de la izquierda que hicieron suyas sus demandas. A pesar de la aparente simbiosis, nunca faltaron voces críticas. Ahí están las palabras de la filósofa Clara Serra en su dimisión de Más País en 2019: «Hace falta acordarse del feminismo no solo en las fotos y en las campañas, sino sobre todo en los momentos en los que estamos fuera de los focos».
Cae Errejón y los que un día quisieron asaltar los cielos andan a la greña en el infierno. Cae Errejón y el Gobierno, con el PSOE en cabeza, siente que las gotas amenazan con colmar el vaso. Cae y el votante progresista observa el momento entre la preocupación y la estupefacción. Cae y la derecha, sin ningún tipo de rubor, pretende dar lecciones de moral: mal juez el que siempre ha arrastrado los pies ante el impulso feminista. Mientras, una parte cada vez más importante de la ciudadanía se aleja de la política y, con la distancia, la democracia pierde crédito y valor.
Los mensajes del populismo ultra van calando en los más jóvenes. Reactivos al feminismo, el caso Errejón será elevado a categoría y utilizado como arma arrojadiza, obviando que sin la fuerza del feminismo nunca habría salido a la luz. En un mundo dibujado con trazo grueso, la izquierda más a la izquierda ya no parece protagonizada por jóvenes brillantes y descarados, sino por pollaviejas prematuros -por utilizar un término de su agrado- enfermos de elitismo y narcisismo. La carta del yo, mi, me, conmigo de Errejón es un triste ejemplo, aún más el silencio tóxico que protegió lo insostenible. Con este último giro de guión, sumado a Koldo y compañía, la izquierda ha envejecido y perdido lustre en el escaparate del consumo político.
Son muchos los deberes que quedan por hacer. Para el feminismo, trabajar en la manera de afrontar y resolver conflictos sin deslizarse hacia el puritanismo ni la paranoia, tampoco confiando únicamente en el punitivismo, esperando que una instancia superior resuelva las lides con el riesgo de caer en vieja casilla de la perpetua vulnerabilidad. Para los espacios políticos de nueva creación, queda ahondar en una organización que huya del corporativismo sectario del clan y sepa crear mecanismos de control y resolución, también de reparación si es necesario. A veces, las catarsis llegan de la forma más inesperada. Quizá salga algo bueno de todo esto.
*Escritora
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