Opinión | Palabras para andrómina
‘Yo, capitán’
Cuando uno ve ciertas imágenes de la llegada de cayucos a Canarias, se rememora que la antigua esclavitud está aquí de nuevo. Una esclavitud en la que no faltan los modernos esclavistas, las mafias, los barcos -cayucos o pateras- negreros, los centros de reclusión, e incluso la trata de personas o venta de esclavos, ya sea para la prostitución, la mano de obra barata o clandestina.
La reciente película italiana ‘Yo, capitán’ (del director Matteo Garrone; 2023) o la película de este año ‘El salto’ de Benito Zambrano, aparte del malestar que nos produce el reflejo, aunque sea en el cine, de una realidad infernal, nos impele a la pregunta desconcertante en la que nos resulta complicado situarnos, de por qué lo hacen sabiendo que las probabilidades de morir, enfermar y ser maltratados de manera horrible son altas. Un inmigrante que esperaba en Mauritania a montarse en un cayuco, decía que se arriesgaba porque en su país «hay gente que trabaja toda una vida y no consigue nada».
La inmigración plantea y añade una solución económica a nuestros problemas de empleo (no se cubren por los autóctonos todos los puestos que se solicitan) y demográficos (baja natalidad y envejecimiento de la población), siendo un revulsivo social y económico básico e imprescindible para mantener nuestro estado de bienestar. Aunque claro los modernos anarcocapitalistas no quieren estado de bienestar. Tampoco desbordan los servicios sociales, entre otras cosas porque son los que pueden hacer el horrible trayecto de migración los que vienen.
Todos somos migrantes. De un país, una región, una ciudad o un pueblo, hasta de una familia. Y ya la cuestión no es sólo ética, ni siquiera ese complemento habitual de estética, ni tampoco humanitaria, sino de asunción de una realidad que ha ido paralela al desarrollo de la sociedad, los países, por desgracia también las naciones, y que es consustancial al ser humano.
Un migrante tiene derecho a tener su propio proyecto de vida, que no lo veamos o no se quiera ver así no quiere decir que esa no sea la realidad más honda. Y ¿cuál es su proyecto de vida? Ayudar a sus familias, reintegrarles remesas, vivir más dignamente. ¿Suena a algo? A nuestros propios migrantes de los años cincuenta y sesenta. Y respecto a la tan cacareada y exigida integración, escribe Pau Luque Sánchez que «la idea de la integración es intrínsecamente reaccionaria porque intenta congelar para siempre un «nosotros» que, por otra parte, muy probablemente nunca ha existido. Respetar políticamente a los migrantes es darles carta de ciudadanía, o sea regularizarlos». Y tener los derechos de todos -también los deberes-
Nadie está de acuerdo con la migración ilegal, entre otras cosas por el sufrimiento de los que lo hacen, pero los migrantes que se dicen ilegales son personas que ya están en nuestros países europeos y hay que tratarlos como tales, no como ilegales, las personas no lo son. Vienen a poder vivir o más bien sobrevivir. Además la migración es un derecho reconocido en el artículo 13 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que en realidad refleja la realidad de que siempre han existido las migraciones que es como se han conformado muchos países y el propio ser humano.
La evidente contradicción del neoliberalismo hiperindividualista entre lo que cada uno quiere conseguir y la limitación de fronteras, entre la globalización del dinero, pero no de las personas, es la paradoja del que todo lo quiere, del nuevo colonialismo digital y financiero. Mas ¿a quién le interesan las paradojas?
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