Opinión | Caligrafía

El tupé

El pelo de Trump últimamente sale peor en las fotografías. Lo importante no es el tupé en sí, sino que Trump, como estará su alma, se deje ver en público con el pelo peor. Hay una vulnerabilidad en el cuidado personal, una islita de humanidad pura: durante el tiempo de estar frente a un espejo afeitando una mejilla o arrancando el pelo de una ceja o peinando la melena, tenemos que asumir nuestros defectos y debilidades, tenemos que pensar en los demás que nos verán, tenemos que repasar lo que nos han o hemos enseñado sobre nuestro cuerpo, y tragar con él quede como quede. Me ha impresionado a veces lo bien que olía el perfume de gente muy mala a ojos de la sociedad, el afeitado apurado que llevaban. Me ha enternecido el cambio de montura para modernizarse o el reloj especialmente seleccionado para la ocasión en personas doctas y profundas y aparentemente ajenas a lo superficial. A veces ciertas elecciones no tienen vuelta atrás: en el pelo de Trump hay una voluntad de décadas y una imposición. Si el tupé se le deteriora, o la ingeniería a la que lo somete para que le preste servicio se le deteriora, todo el conjunto cae, aunque sea accesorio el pelo. Sí, puede parecer un poco ridículo, aunque en el evangelio se dice algo así como que hay que perfumarse la cabeza cuando se ayuna.

La poeta María González mantiene que planchar es inútil y anacrónico. Yo le digo que entonces plancho porque así soy yo. Es generacional: una generación que pide dejar de planchar es una generación vencida. Y se vence a veces por la destrucción de la estética, simplemente porque es renunciar al estilo.

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