Opinión | Hoy

Una mirada baja

Veo por la calle a un amigo. Camina cabizbajo, con la mirada en el suelo. Yo, idealista, lo saludo y le sermoneo para animarlo. Le digo que ande con la cabeza alta, en plan positivo, que ya sé que tenemos muchos problemas con el final de las vacaciones, con el choteo del pájaro catalán, con la inmigración, con el virus del mosquito y el del mono, con los trenes..., pero que tiene que ser optimista como nuestros gobernantes, que no puede ir por ahí con la cabeza cacha, como un fracasado; que así atrae la energía negativa del cosmos. Yo, enardecido, le hablo con la certeza de que le ayudo, de que por fin mi amigo va a levantar la mirada y va a divisar el horizonte de positividad. Pero cuál es mi sorpresa, cuando mi amigo se detiene, me mira y empieza a reírse. Primero es una risita floja; luego, una carcajada. De pronto, se pone serio y me explica que él no está deprimido ni nada de eso, sino que simplemente camina mirando al suelo por el continuo miedo de pisar la eso de un perro, esos regalos que nos dejan esos completos guarros, y guarras, claro, por calles y avenidas, con toda la desfachatez de saberse impunes. Mi amigo me comenta que le sucedió cuando iba a la consulta del dentista, y la perdió; otra vez, cuando iba a una boda, y era un testigo; otra vez, cuando iba a una entrevista de trabajo, y lo perdió; otra vez, a una cita de amor, y lo perdió. Y de pronto convierte la risa en gritos de por qué no se ataja eso. Es fácil. Donde se vea una eso de perro, se pone un policía de paisano, porque el asesino vuelve siempre a la escena del crimen. Y que lo crujan. ¿Para qué tanta norma? ¿Para pitorrearse de ella? Y mi amigo sigue calle adelante, con la mirada más fija en el suelo.

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