Opinión | A pie de tierra

Comontalebú…?

Entre las actividades más gratificantes que permite el verano está la de recrearse con calma en la lectura de algunos de esos volúmenes que vamos acumulando durante el año en espera de que el trasiego diario nos dé un poco de tregua y podamos convertir ese momento en motivo de reflexión, relajación y serenidad, de las que tan necesitados estamos en esta España nuestra, tan sufrida como aborregada, que camina a su pesar de sobresalto en sobresalto, de bajeza en bajeza, de miseria moral en miseria moral, de escándalo en escándalo de forma que el nuevo, aún mayor, tape a los anteriores...

Uno de los libros que, personalmente, he tenido la fortuna de saborear durante las vacaciones es el que lleva por título ‘Comontalebú. Escritos breves de tres años muy largos: 2021, 2022 y 2023’ (ed. Adarve, Madrid 2024); un compendio de ensayos publicados en las redes sociales por Pablo López Romano, autor nacido en Madrid en 1960 de familia extremeña, originaria como yo de Herrera del Duque (Badajoz), por lo que tengo el privilegio de conocerlo desde que éramos niños aun cuando nuestros derroteros vitales hayan transcurrido por caminos muy diferentes (él reside actualmente en Lima, Perú) y llevemos sin vernos -que no sin hablarnos- muchos años. Contamos, pues, con orígenes comunes y pertenecemos ambos a la famosa generación de los ‘baby boomers’, lo que tal vez explica, de entrada, que percibamos el mundo de una forma tan similar y compartamos, apenas sin matices, tantos puntos de vista.

No obstante, si quiero glosar este volumen no es sólo por esta razón.

Pablo López Romano, que se confiesa lector empedernido, me ha parecido uno de los autores más lúcidos y brillantes que he leído en los últimos años, y el libro, comparable con otros que también me impactaron en su momento, como ‘Todo lo que era sólido’, de A. Muñoz Molina. Su prosa, exquisita, gobernada por una sintaxis rica, precisa y cuidada que evidencia de entrada una mente analítica y bien estructurada, destila página a página una hondura poco común y un sentido del humor exclusivo de las personas muy inteligentes y sagaces.

El autor es valiente, incisivo, perspicaz y de una enorme agudeza; afronta los temas siempre desde puntos de vista muy documentados, lo que le permite con frecuencia no dejar títere con cabeza; es irónico, mordaz, demoledor, divertido dentro de su trascendencia y, por encima de todo, me ha parecido coherente, comprometido y muy, muy culto. Hay que tener mucha presencia de ánimo, mucha confianza en uno mismo y mucho control sobre la palabra, lo que se quiere expresar con ella y la responsabilidad que ello implica, para no dejar jardín sin pisar, traje por cortar, personaje sin analizar; y hacerlo sin excepción desde una óptica extremadamente personal que asume con convicción pero también con relativismo -consciente de que lo suyo no son sino opiniones-, mucho fondo filosófico, profundo lirismo a ratos y una buena dosis de autocrítica e introspección, incluso de confesiones personales.

En síntesis, la lectura de ‘Comontalebú...’ me ha sorprendido, cautivado, divertido, y por eso he querido traerlo a esta tribuna: «Recuerdo con nostalgia aquello que no tuve. Eso es lo mismo que haberlo disfrutado todo. Sin embargo, olvidé lo que tuve y se fue. Eso es lo mismo que no haber perdido nada. Soy lo que he llegado a ser y no sé si quise serlo. No guardé en el cajón fotografías..., ni aspiro a que muchos me recuerden. Que de mí se acuerden sólo unos pocos. Los demás, que me olviden cuanto antes. No es consuelo haber sido. Ser uno mismo, en cambio, aún vale algo».

*Catedrático de Arqueología de la UCO

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