Opinión | Palabras para Andrómina

Ser de izquierdas

Es defender la democracia y los derechos humanos en cualquier lugar del mundo, allá donde se conculquen

En el mundo actual ¿es posible ser de izquierdas? No es una pregunta retórica sino la constatación de que el pensamiento único, ya profetizado por Fukuyama en su fin de la historia, inscrito en el triunfo total del capitalismo y de la identidad como suprema aspiración antiilustrada, hayan dejado un páramo en el pensamiento de la izquierda y en sus aspiraciones. La ensayista Stéphanie Roza lo resume en el título de su libro ‘¿La izquierda contra la Ilustración?’ Cuando precisamente es de la Ilustración de donde surge con la aspiración de igualdad, solidaridad y democracia.

Los acontecimientos de fin de siglo XX y el fuerte proceso identitario con la bandera negra del nacionalismo, de principios de siglo XXI, y la actual regresión neoliberal, amén del conservadurismo recalcitrante, han sumido a la izquierda en un estupor y fragmentación ideológica a la que es incapaz de reaccionar, pero sí de alentar en sí misma guerras culturales en temas como el racismo, el feminismo, o la desigualdad. Aunque quizás la principal conclusión sería pensar que hablar de una izquierda como de una estrategia y grupo único es un error, como se ha demostrado incluso en las propias instituciones y en la dispersión electoral, que llega hasta la «autoliquidación».

Escribe Roza: «Los extravíos antiilustrados de la izquierda tienen como consecuencia relegar los verdaderos combates emancipadores a un segundo plano, alimentar las guerras fratricidas y aislar a la izquierda progresista y universalista no occidental». Esa antiilustración está representada por el nacionalismo, la reivindicación maximalista de los derechos humanos en Occidente pero no en países no occidentales, o soslayar la desigualdad de la mujer en los países en que son masacrados sus derechos en pos de la tradición o el relativismo cultural. Basado en el error de considerar los derechos humanos como una imposición colonial y no como un objetivo universal. Por no hablar de la doble vara de medir y de mirar los derechos y a la democracia o a las guerras dependiendo de quien las haga. O de la exigencia de secularismo en Europa y no así en otros países, en especial los orientales. O la reticencia antiinmigratoria de cierta izquierda contemporánea, que no es capaz de defender los derechos de las personas que llegan a nuestros países con el agua en la boca.

Es decir, una izquierda que ejerce un antiuniversalismo ajeno no ya a la tradición de la izquierda sino a sus propios principios fundadores. Y si el individualismo, salvo en el mercado, es la religión imperante en el mundo conservador, la izquierda, sin ser antiindividualista, debe favorecer las normas colectivas que atenúen lo negativo del impacto social de un mundo desregulado. Una izquierda crítica y humanista que pueda conseguir una reconstrucción ideológica.

A pesar de todo, ser de izquierdas, en mi opinión, aún tiene sentido. Es defender la democracia y los derechos humanos en cualquier lugar del mundo, allá donde se conculquen. Ser rebelde antes que revolucionario, más racional -de la razón práctica e incluso científica y progresista-, que irracionalista. Es compatibilizar la justicia social -con la conciencia de que una justicia absoluta no puede existir- con la libertad y la protección de los derechos humanos, de cualquier ser humano. Un compromiso con la sociedad en la que la ética de la equidad y la igualdad predominen en sus programas y acciones.

*Médico y poeta

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