Opinión | Tribuna abierta
La freiduría
La Agencia Tributaria anda calentando el aceite en el que nos freirá antes de que acabe el mes
Llega junio y toca apoquinar. La antesala de las vacaciones de verano nos trae sudor y lágrimas, y es que la Agencia Tributaria anda calentando el aceite en el que nos freirá antes de que acabe el mes. Dicen que su voracidad recaudatoria únicamente la sacia con casquería, de ahí que esté empeñada en sacarnos las higadillas y hasta los ojos. Los asesores fiscales recomiendan armarse de resignación y vaselina, y no sólo porque nos vaya a salir un eccema de tanto rascarnos el bolsillo.
Aunque el afán por exprimir al pueblo no es algo nuevo -en la antigua Roma se impuso una tasa sobre la venta de orina recogida en las letrinas públicas y en la Inglaterra victoriana todavía se tributaba por el número de ventanas de una casa- las ocurrencias, al menos en España, parecen no agotarse. El impuesto al sol vigente hasta hace unos años, o los tributos que hoy gravan el plástico, viviendas vacías, las bebidas azucaradas y hasta el impacto visual de los postes de teléfono, dan fe de que cualquier tiempo pasado fue mejor. No es que uno pretenda regresar al diezmo, pero hay un punto medio entre alcanzar la vida eterna a cambio de un modesto diez por ciento y ver confiscado la mitad del sueldo para no se sabe muy bien qué. Quizá el buenismo imperante -y el temor a ser visitado por un siempre inquietante inspector de Hacienda- silencia las voces de quienes pensamos que resulta excesivo el reparto salomónico al que nos obligan los gobernantes de cualquier signo político, pues la experiencia nos dice que la única diferencia entre los ministros Montoro y Montero es una letra de su apellido. Ahora que Yolanda Díaz anda empeñada en que sólo trabajemos los años bisiestos, no vendría mal que el calendario del contribuyente también contemplara algún festivo. En una sociedad tan reacia a los compromisos, llama la atención que el único matrimonio realmente indisoluble es el que nos obligan a contraer con el Estado en régimen de gananciales. En el lamento por compartir las riquezas justamente ganadas, nadie ha superado aún a Rafael Molina Lagartijo, quien, tras enviudar y tener que repartir con su suegro la mitad de su patrimonio, dijo: «No sabía que cuando yo lidiaba con el toro en el ruedo y mi suegro disfrutaba en el tendido estábamos toreando al alimón».
Entre nacionales, autonómicos y locales, hoy, en España, existen más de cien impuestos; y en los últimos cinco años sus subidas han sido sesenta y nueve, cifra nada casual si de la erótica del poder hablamos. Con tan ingente cantidad de ingresos no es de extrañar que el presidente del Gobierno diga que la economía va como un cohete, pero me temo que, con tanta presión fiscal, acabemos como la perrita Laika en el Sputnik. Mal que les pese a los marxistas, la lucha de clases ya no es necesaria pues, a fuerza de esquilmar al españolito, la media y la alta ya no existen. Estamos pagando un peaje muy alto por mantener el Estado del bienestar... de algunos, y no invita a la esperanza que el referente de la política fiscal en nuestro país sea Robin Hood. Llevar hasta el extremo quitar a los ricos para dárselo a los pobres, más que redistribuir la riqueza, es compartir miserias.
Decía Benjamin Franklin que sólo hay dos cosas que están garantizadas en la vida: la muerte y los impuestos. Sinceramente, no estoy seguro de la primera.
- Abogado
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