Opinión | Sin fronteras

El Corpus Christi en Zahara de la Sierra

Tras la procesión estalla la fiesta, que se prolonga hasta el día siguiente, no faltando en ella ni los bailes ni las competiciones deportivas

A los pies de una antigua fortaleza, recostado sobre una colina entre la Sierra de Líjar y las estribaciones de la de Grazalema, se levanta Zahara de la Sierra. Varios testimonios acreditan su antigüedad. Según Rodrigo Caro se trata de Lastigi; otros historiadores la vinculan con Regia. Aun no existiendo acuerdo sobre su pasado más remoto, lo cierto es que de él quedan ciertos vestigios. En el período islámico Zahara se convirtió en plaza fuerte, hasta que en el año 1407 el infante don Fernando la ganó para los castellanos. Algo después, en 1481, pasó de nuevo a dominio musulmán. Dos años más tarde, don Rodrigo Ponce de León la reconquista para su familia, añadiendo el título del marquesado de Zahara a los otros linajes que ya ostentaba. Su población se dedica a la agricultura y a la ganadería, así como al turismo y a diversas actividades artesanales. En algún momento se la conoció como Zahara de los Membrillos, por lo bien que se daban allí esos frutales.

Entre sus fiestas la del Corpus Christi destaca sobre el resto. En Zahara esta fiesta adquiere un carácter singular que la distingue de las de otros municipios. Su origen se remonta a la época en la que los castellanos se hicieron con el control de la plaza. Durante la Modernidad la villa dedicó libramientos de dinero para afrontar sus gastos, especialmente los dedicados al adorno de calles y plazas por las que pasa el cortejo. En la actualidad, sus rasgos no se diferencian mucho de los que tenía durante la centuria del Ochocientos. Para los lugareños este evento supone un encuentro con la ilusión y la fiesta. Todo el pueblo se adorna profusamente con juncias y otras hierbas aromáticas, mientras en las fachadas una vegetación arbustiva llega hasta los balcones, que se engalanan con colchas de encaje y mantones. No suelen faltar en ellas las ramas de fresno, castaño o eucalipto. Algunos vecinos acarrean hasta medio centenar de cargas para decorar sus fachadas, contribuyendo así al adorno del pueblo. Se instalan también altares en las calles. Se elaboran ciertos juguetes, como látigos o fustas, con los que juegan los más pequeños. En el embellecimiento intervienen personas de ambos sexos, aunque son las mujeres las que disponen altares y colgaduras.

El día del Señor las gentes recorren las calles por donde habrá de pasar la pequeña custodia del siglo XV. A media mañana, precedido por una banda de música, Jesús Sacramentado sale a la calle en compañía de los niños vestidos de primera comunión, colectivos y asociaciones piadosas y autoridades civiles y eclesiásticas, quienes avanzan durante todo el tiempo que dura la procesión en medio de una gran solemnidad. Abren el cortejo los ciriales, a los que siguen el guión (con banderola de plata labrada con motivos religiosos, con cordero cincelado y campanillas), el palio y la banda de música. El sacerdote se detiene con la custodia ante los altares. Tras la procesión estalla la fiesta, que se prolonga hasta el día siguiente, no faltando en ella ni los bailes ni las competiciones deportivas. Ese día se llenan los bares y un conjunto musical ameniza la velada. Se trata de un modelo festivo que apenas ha sufrido variaciones en los últimos setenta años. Una celebración religiosa que sirve para unir lazos y es utilizada como medio de promoción turística de la localidad. Durante años contribuyó a dar identidad a la villa y no solo a restablecer el equilibrio personal de sus participantes, sino también el de la propia sociedad que se involucra en el ritual y en la fiesta.

  • Catedrático

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