Opinión | HOY

Escuela de risas

Paso junto a otro pobre de nuestras avenidas. Éste tiene su habitáculo frente a un escaparate que muestra la pantalla de un gran televisor. En el cristal del aparato aparecen siluetas de cabezas, recortadas por la luz que sale de un alguien sentado en medio de otro alguien y una alguien. Mi pobre mira absorto. Al pasar yo por su lado, me pregunta señalando la pantalla: «¿Por qué se ríen esos catorce? ¿Les ha tocado una quiniela?» Yo, compasivo, le contesto: «Están en la presentación de un libro». Y el pobre quiere saber más: «¿Un libro de chistes?» Y yo: «Sí». Y el pobre: «¡Ah!». Voy a despedirme y, ante mi estupor, veo que mi pobre se acerca al escaparate todo lo que puede y trata de imitar las risas de los personajes. Se ha traído, para estar más cómodo, la roída silla que encontró en un contenedor. Se sienta, cruza las piernas, delgadas, viejas; las descruza; cruza las manos, agrietadas, rojas, sobre sus rodillas desarrapadas; cruza los dedos, llagados, de uñas rotas, negras; abre su boca desdentada, echa levemente la cabeza para atrás, mira a uno y otro lado para ver si lo secundan en la risa, y suelta una carcajada. Es una carcajada canónica, que cumple todos los requisitos, aunque su boca es más bien un bostezo inacabable de hambre y de miseria. Poco a poco se le fraguan en la expresión un brillo en los ojos, que es el brillo del frío y de la fiebre, y una sonrisa sin labios, de encías huecas, demudadas, inflamadas por el sarro; una sonrisa mágica que ya no se le va de su rostro en arrugas, blanco de duda y de soledad, sucio por los cañones de la barba, ni de las arrugas de la frente, sobre las que cae un pelo entrecano, apelmazado por el humo y el insomnio. Yo no salgo de mi estupor. Vuelvo a comprobar la excelente escuela de borregos que es la televisión y sus mentiras. Me pregunto una y otra vez: Este pobre mío, entre tantos como vienen, ¿acabará por aprender a reír como las hienas, como los chimpancés cuando pliegan sus labios hacia arriba y muestran sus encías sonrosadas y sus caninos, como el trompeteo de un elefante cuando reta, como la mueca sardónica del león cuando copula? ¿O reirá como ese Papá Noel, redondeando sus mofletes, rojos de beocia, moviendo la barriga, oronda por su crónica inflamación de malas digestiones?

** Escritor

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