Opinión | COSAS

Los algoritmos de Ortega

La Unión Europea ha alcanzado un acuerdo para promulgar una Ley de Inteligencia Artificial

Un ejemplo de una situación estrambótica y sincopada sería imaginar a Ingmar Bergman recogiendo un premio en los Grammy Latinos. El director sueco, fallecido hace ya quince años, estaba en las antípodas de esta suerte de popularidad epidérmica. Sin embargo, aunque Bergman no es un autor de masas, sí aportó una imagen icónica a la cultura popular, particularmente esa partida de ajedrez entre la Muerte y un caballero que regresaba de las Cruzadas, recreada en ‘El Séptimo Sello’. Lo inevitable de la derrota humana era un anticipo del jaque mate que también sufriríamos ante las máquinas cuando la computadora Deep Blue venció a Kasparov. Desde entonces, le hemos dicho a los algoritmos que para ti la perra gorda, dada nuestra imposibilidad de competir con esa vertiginosa capacidad de procesamiento de datos. Ese desafío, en los años previos al cambio de milenio, demostró que la Inteligencia Artificial era algo más que un flirteo cinematográfico entre Kubrick y Spielberg.

La Unión Europea ha alcanzado un acuerdo para promulgar una Ley de Inteligencia Artificial, el primer marco regulador que a nivel internacional se ocupa de esta materia y que demuestra que el Viejo Continente aún tiene mucho que aportar a las turbulencias de este planeta. Siempre nos ha fascinado el juego de la suplantación, desde las caracterizaciones de Zeus para conquistar doncellas o el travestismo del lobo en la cama de la abuela para zamparse a Caperucita. Ahora, las máquinas parecen dispuestas a convertir a Arnold Schwarzenegger en un contrachapado profeta que decía a sus víctimas Sayonara -en versión original era Hasta la vista, pero para los hispanohablantes chirriaba esa sentencia metálica que invitaba a comer burritos-.

Que resuciten a Lola Flores o a la Princesa Leia sin sesiones de espiritismo de por medio es solo un anticipo. Y hasta pueda resultarnos un gracejo que nuestro avatar sea un políglota, recordando cuánta fatiguita nos ha costado chapurrear el inglés. Y habrá quien socarronamente brinde por esta exponencial evolución de las chuletas, el chat gpt que encuentra sus ancestros en el cambiazo de los exámenes o en el copia y pega que espoleó a las Universidades a olfatear el plagio. Lo más grave es que la máquina encuentre la perversión de humanizarse.

Esta ley introduce diversas barreras, que van desde las recomendaciones frente a la imparable mímesis entre lo orgánico y lo digital, hasta las derivaciones de que sean las máquinas las que quieran apropiarse del fuego prometeico. Imaginemos que juguetean como dioses con el tráfico aéreo; o emulan nuestras perversiones interviniendo sobre infraestructuras críticas, como el agua o la electricidad. Por eso, este proyecto de ley también incorpora en su articulado manzanas prohibidas en el Edén digital: se prohibirán los reconocimientos faciales en lugares públicos, salvo autorizaciones excepcionales motivadas por la seguridad nacional, evitando que este mundo virtual también potencia las discriminaciones por razón de sexo, raza o religión.

Mal momento para que el informe Pisa publique tan nefastos datos académicos, supuestamente enjugados por ese axioma que comienza con el mal de muchos. Ello jalea el endose del pensamiento a los robots. Hasta se queda pazguato y naif el «que inventen ellos» de Unamuno. Pero con tanta Inteligencia Artificial será la filosofía de Ortega y Gasset la que habrá que actualizar. Pronto eludiremos las circunstancias, sentenciado que «yo soy yo y mis algoritmos».

*Licenciado en Derecho. Graduado en Ciencias Ambientales. Escritor.

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