Recientemente hemos vivido una situación imprevista con la borrasca Bernard que, sin llegar a ser considerada como un huracán, ha alcanzado un récord de bajas presiones en nuestro país. Las aguas cálidas del Atlántico, 3ºC por encima de lo característico en esta estación del año, han contribuido a que se alcancen rachas de viento que llegaron a superar los 100 km/h, y lluvias torrenciales que han provocado numerosas inundaciones en nuestro país, ocasionando numerosas caídas de árboles. La borrasca ha dejado una triste estampa de las ciudades y de la vida del ecosistema urbano, donde los árboles deben adaptarse a vivir aislados de su entorno natural. Por este motivo, hoy me permito presentar el comportamiento individualizado del árbol como un sistema, con elementos (raíz, tallo y hojas) y mecanismos interrelacionados y organizados (alimentación y respiración); es decir, un ser vivo complejo y suficientemente capaz de adaptarse al medio, llegando a veces a traspasar ciertos umbrales de vulnerabilidad, como a los que suele exponerse en el medio urbano.
En general, los seres vegetales, al no contar con movilidad y mantener los elementos del sistema totalmente expuestos al exterior (a diferencia de lo que ocurre en el mundo animal), necesitan una gran protección. Esta protección la consiguen con la presencia de una capa (la epidermis), impermeable al agua y a los gases. Por este motivo, la planta toma el agua directamente del suelo a través de sus raíces, y el agua, junto con una variedad de minerales, se traslada al resto de la planta por el sistema vascular del tallo o del tronco, a través de distintas «cañerías». Se trata de una «savia bruta» que necesita de un sistema ingenioso para circular lentamente contra la gravedad hacia las partes más altas de la planta. ¿Pero cómo lo consigue?
Para lograrlo, entra en juego el papel de la hoja. La hoja realiza la fotosíntesis, capturando CO2 del aire en presencia de luz, formando azúcares y liberando oxígeno al exterior. Esta liberación de oxígeno, junto al vapor de agua, va provocando una presión negativa que permite el ascenso de la savia bruta a las partes altas de la planta, completando su modo de alimentación. De hecho, los minerales enriquecen a los azúcares formados durante la fotosíntesis, llegando a formar una «savia elaborada» que circula en el otro sentido y que, ahora sí, tiene suficiente nutrición para la planta.
Pero las plantas, además de alimentarse, deben respirar absorbiendo oxígeno del aire y liberando CO2, aunque a una velocidad más lenta que la liberación de oxígeno como resultado de la fotosíntesis. De hecho, el oxígeno que respiramos en el mundo animal se debe en gran parte al que las plantas liberan. Pero dado que las hojas cuentan con una eficiente epidermis protectora, ¿cómo toman o desprenden el oxígeno? La epidermis de la parte superior de la hoja (el haz) cubre a los cloroplastos dispuestos de forma bastante apretada, con la única función de realizar la fotosíntesis, sin prácticamente cavidad para intercambio gaseoso. Sin embargo, la epidermis inferior de la hoja (el envés) cuenta con unas aperturas (estomas), con capacidad de abrirse o cerrarse dependiendo de la disponibilidad de agua, y cubriendo una zona con espacios que permiten la difusión de gases para la respiración de la planta.
En el área mediterránea, el bosque cuenta con arbolado de bajo porte, ahorrando esfuerzo en el sistema de transporte de savia bruta y elaborada, como adaptación a un medio con estaciones cálidas y escasa disponibilidad de agua. Un bosque que suele ser perennifolio, sin desprendimiento anual de hojas, solo las va perdiendo de forma paulatina, manteniendo un aspecto similar durante todo el año. El sistema radicular también juega un papel fundamental en nuestro clima, con la extracción de agua y nutrientes del suelo en profundidad y participando en el proceso formativo del suelo, optimizando el equilibrio y la estabilidad del sistema, a no ser que se vea expuesto a factores estresantes como la exposición a una sequía intensa, incendios, vendavales, plagas, entre otros.
Este equilibrio y estabilidad del sistema vegetación-suelo apenas se alcanza en el medio urbano, donde el árbol suele vivir de forma aislada, ocupando un espacio de suelo reducido y con reservas de agua que suelen ser más escasas. El desequilibrio y la inestabilidad aumentan en caso de un arbolado de alto porte, con podas abusivas y a destiempo, y con raíces que no llegan a encontrar el espacio necesario en profundidad para un adecuado desarrollo y estabilidad. Muchos de los árboles en nuestra ciudad tienen falta de espacio, con pequeños alcorques, muchos de ellos hoy cubiertos, provocando con sus raíces la ruptura del pavimento en búsqueda de algún espacio. Por lo tanto, a la hora de introducir arbolado en los diseños de espacios verdes deben considerarse las características de nuestro clima, apostando por especies propias de nuestro paisaje natural, con un gran valor ornamental y ambiental como parte del ecosistema urbano. Aunque, por desgracia, el crecimiento de estos árboles es más lento, pero os pido paciencia.
* Catedrática de Botánica de la UCO