Me hablas ahogado en estupor. Se te enredan las palabras entre los intentos de tomar aire para seguir hablando. Una y otra vez me preguntas: “¿Cómo es posible que una misma persona afirme categóricamente una ley, una política y una ética, y la misma persona, días después, hasta con los mismos tics, los mismos parpadeos, las mismas piruetas de su voz, afirme lo contrario, y sin el más mínimo titubeo ni el más mínimo rubor, y simule que ambas cosas se las cree, y sepa que ambas cosas nos las vamos a creer debido a ese aire categórico con el que las declama en su teatro?” Yo te escucho mientras crece mi tristeza. Amigo mío, siento mucho el error con el que te atormentas. Tú crees que en esta tierra nuestra hay una ética objetiva, que esa moral por la que te riges es la moral de todos. Pues tengo que decirte que te engañas, y esa es tu melancolía, y la mía, y la de tantos que estamos obligados a vivir en este establo construido a la altura del estiércol, para amontonar estiércol y hacer estiércol todo lo que creemos como digno. Amigo mío, asume de una vez que esos detritus están hechos de una esencia distinta de lo humano, porque su naturaleza es el orondo vientre donde se enredan y ventosean las oscuras vísceras de la mentira. ¿Qué te contesta el estiércol si le recriminas que su oscuro fango apesta? Te mira como quien mira nada. Le pides explicaciones de por qué huele tan mal, cuando precisamente es estiércol porque vive de ser estiércol. Imagina que consigues llegar a su presencia y le preguntas por qué miente, y hasta te atreves a sugerirle que cambie. ¿Qué ocurre? Pues que el estiércol sigue sin inmutarse, y ríe, siempre ríe. Sí, mira cómo sigue con su lógica, porque por eso es estiércol y tú estás en su mundo. O quizás te aprisione en su fango y acabe por ahogarte con ese vaho gris que exuda en los amaneceres fríos de diciembre. Y corres el peligro de que si te dejas envolver por su lógica, te conviertas en él y hasta llegues a justificar su pestilencia. Siento mucho, amigo mío, que aún estés en ese candor de creer que el estiércol actúa con la congruencia de lo humano, y das por sentado que ahí, en esa pocilga que nunca ve la luz, puede haber algo que responda como humano. Ese lodazal donde chapotean los cerdos y su felicidad.
