Las conducciones hidráulicas de época islámica reciben el nombre genérico de ‘qanawat’ (plural de ‘qanat’), término que incluye las de abastecimiento, riego y evacuación de aguas. En la Qurtuba islámica hubo tipos muy diferentes de ellas, que no coinciden ni en dimensiones, ni en características, ni en materiales empleados, por lo que, a diferencia de lo que ocurría en época romana, no parece que hubiera una técnica de construcción tipificada, sino que las canalizaciones se adaptaron en cada caso a terreno, momento y finalidad. En general, los musulmanes cordobeses aprovecharon las infraestructuras clásicas ya existentes, remozándolas o reconstruyéndolas, lo que seguramente les llevó en ocasiones a añadir nuevas captaciones. Estas aguas estuvieron destinadas a abastecer la Mezquita Aljama, el Alcázar y las más importantes almunias, pero no una red de fuentes públicas como las que existieron en la Córdoba romana. Los textos de la época sólo hablan de unas pocas, casi como excepción. El abastecimiento doméstico dependió, por consiguiente, de pozos y cisternas. Con todo, las fundaciones pías de miembros de la familia omeya y de la más alta aristocracia árabe dotaron a la ciudad, y en particular a los arrabales que empezaron a surgir ya en el siglo VIII -aun cuando alcanzarían su máxima expresión en el X-, de mezquitas, baños y servicios varios, incluidos centros asistenciales, lo que palió en parte las necesidades de la población. Arqueológicamente sólo han podido ser documentados los canales de suministro al Alcázar, la Mezquita y la almunia de ‘al-Naura’, que desde mediados del siglo XX son propiedad de la Empresa Municipal de Aguas Potables de Córdoba.
Hasta el siglo X, el agua que se consumía en la mezquita aljama y en el pabellón de abluciones de Hisam I procedía posiblemente de un pozo o aceña, en uso hasta que Al-Hakam II construyó un ‘qanat’ específico para abastecer al oratorio, varias fuentes de uso público adosadas a él y cuatro pabellones de abluciones a oriente y occidente del mismo; dos -más grandes- para los hombres y dos para las mujeres. En principio, dicho acueducto se nutrió del romano documentado en la estación de autobuses, pero luego se iría reforzando con otros ramales, el más importante de los cuales captaba las aguas de un pozo madre en la Albaida, ubicación de ‘al-Rusafa’, quizás donado por el califa. En efecto, el agua corriente llegó a la Mezquita y al Alcázar desde el norte, a través de tres ‘qanat’ que confluían en uno solo: el de las Aguas del Alcázar, construido según se cree por Abderramán II y objeto de muchas modificaciones posteriores; el de la Aljama o Aguas de la Fábrica de la Catedral, que se nutrió del viejo acueducto romano indicado más arriba, y el de las Aguas de la Huerta del Rey o Venero de Esquina Paradas, que pudo haber servido únicamente para riego de huertas y jardines extramuros del alcázar por el norte; de ahí el topónimo. Todos captaron sus aguas en puntos diversos al norte y al noroeste de la ciudad -es decir, de la sierra-, y fueron promovidos desde el poder.
Desafortunadamente, el conocimiento de estos ‘qanawat’ es muy desigual desde el punto de vista arqueológico y, como decía, no responden a una forma de hacer única, lo que genera muchas dudas sobre su identificación y su cronología. De hecho, se han documentado hasta la fecha en Córdoba infinidad de ‘qanawat’ de época islámica, pero resulta muy complicado adscribirlos a una u otra etapa o a uno u otro destino.
El gran proyecto edilicio de la Mezquita abordado por Almanzor incluyó la construcción de tres nuevos pabellones de abluciones -‘mida’a(s)’- frente a cada una de las fachadas del edificio religioso, uno de las cuales, excavado en su momento por Alberto Montejo Córdoba, se conserva en magnífico estado dentro del hotel Conquistador. Para solventar su gran necesidad de agua, Almanzor reforzó el ‘qanat’ de la aljama con un aljibe monumental en el patio. Está ubicado en el lado oeste del mismo y los investigadores no descartan que aprovechara la primitiva aceña de la que se abasteció la aljama hasta que al-Hakam II construyó un ‘qanat ad hoc’. Se llenaba con las aguas que aportaban los tejados del oratorio, y quizás también con el agua sobrante de las fuentes a las que abastecía el ‘qanat’. Dicho aljibe, construido mediante sillería y recubierto interiormente de mortero hidráulico pintado a la almagra, es de planta cuadrada, con 15,46 m de lado. Se estructura en varias naves separadas por pilares cruciformes que conforman nueve espacios conectados por arcos de medio punto y cubiertos con bóveda de arista a 5 m. de altura. Cada una de las salas tenía capacidad para 1.000 m3 de agua, lo que suma un total de 90.000 m3. El agua se debió extraer mediante brocales colocados sobre las tres lumbreras que coronaban las salas centrales; y no hay que descartar la existencia de una fuente sobre él. Es posible, no obstante, que sus aguas sólo sirvieran para abastecer a la Mezquita, no a las salas de abluciones. En el siglo XVI, el aljibe ya estaba en desuso. Posteriormente serviría de osario, y quizás también de cárcel. Hoy, se conserva perfectamente, pero no es posible visitarlo.
*Catedrático Arqueología de la UCO