O también, fenomenología plausible. Fenomenología porque todo el mundo, cuando me ve aplaudir, exclama: «¡Eres un fenómeno!». Cada mañana, como buen siervo del rebaño servil, me ejercito para asistir a otro congreso. Aplaudir al jefe mientras éste nos mira tiene su intríngulis. Hago ejercicios de calentamiento; los hombros, los codos, las muñecas, los dedos...; hago estiramientos, me crujo las articulaciones y empiezo. Primero, las orejas. Porque esto de aplaudir con las orejas a la vez que sonrío me ha costado mucho tiempo de práctica. Lo mismo que el oído tiene que ver con la garganta y la laringe, aplaudir con las orejas tiene que ver con la lengua. No sé cómo explicar mejor mi fenomenología del aplauso. En esta dictadura de las palmas, no logro ser más metafísico. He conseguido auténticas piruetas con mis aplausos; con dos dedos fuera, como los flamencos, con todos los dedos, para hacer palmas de tango, doblar las palmas de sevillanas o bulerías. Y aguantar... ¡uf! ¡Soy capaz de estar aplaudiendo hasta que el jefe se ha ido de la sala! Hasta puedo aplaudir mirando de frente al jefe y de reojo a mis compañeros, para palmear más fuerte que ellos, y más rápido; y nunca soy el primero en dejar de aplaudir; si quiero, puedo vencerlos a todos. Yo, más que un deporte, lo considero un arte. El jefe, claro está, porque para eso es el jefe, avizora desde su alcándara de búho real, y a ver quién es el guapo que se cansa de plas, plas, plas... La euforia llega a un clímax que nos electriza a todos. Se me duermen las manos, pero yo sigo aplaudiendo. Es mi oficio; vivo a costa de aplaudir al jefe. Por eso siempre me ejercito para que mi aplauso tenga mucha personalidad. Soy funcionario del aplauso, con no sé cuántos trienios o sexenios de antigüedad. Puedo aplaudir con compás de sevillanas. Pero el aplauso que más me gusta es cuando el jefe nos dirige con la marcha Radetzky. El jefe inicia el redoble del tambor, y ya todos, electrizados, porque para eso, durante años, nos hemos ido haciendo un sitio a base de codazos, empezamos a aplaudir al compás de los ritardando, de los acelerando, del allegro ma non troppo. Y tutti contenti. ¡Se está tan calentito dentro del redil! ¡Hace tanto frío fuera del rebaño, y sin tener a nadie a quien aplaudir!
** Escritor