Según el Diccionario los eufemismos son manifestaciones suaves o decorosas de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante. Los eufemismos son figuras literarias que consisten en sustituir palabras o expresiones desagradables por otras más «políticamente correctas» con la intención de que ninguna persona se sienta ofendida. Se trata de enmascarar un poco los comentarios negativos o vergonzosos que tengan que ver con algo de carácter sexual, algún defecto físico, la violencia, la muerte... Ejemplos los hay a montones: Hacer el amor (coito), invidente (ciego), rellenito (gordo), descansar (morir), intervenir militarmente (invadir), muy cocido (borracho), sin techo (vagabundo), donde la espalda pierde su honesto nombre (ya saben a qué me refiero; esto sería un eufemismo para ejemplificar otro eufemismo).
La palabra retrete, como aposento dotado de todas las instalaciones necesarias para orinar o evacuar el vientre, es una de las que más eufemismos provoca. Para ir en nuestra casa no tenemos que dar explicaciones, pero para hablar de él la evitamos. Términos como váter van cayendo en desuso en favor de inodoro o, mejor, excusado, permite, baño, aseo, servicio o, en el colmo del disimulo, utilizar la versión francesa: ‘toilette’.
El disfemismo es justamente lo contrario a eufemismo: consiste en nombrar una realidad con una expresión peyorativa o con intención de rebajarla de categoría. Les pongo un ejemplo. En algunos bares mantienen cerrado con llave el aseo destinado a las señoras. No sé por qué; probablemente, para evitar que los hombres se confundan. La cuestión es que, si quieres usarlo, tienes que pedir la llave en la barra, cosa que ya resulta molesta de por sí, porque parece que tienes que comunicarlo oficialmente. Pues imagínense un bar con varias mesas ocupadas por hombres jugando al dominó. Una señora de aspecto elegante entra con su marido y, mientras él pide dos cafés, ella se dirige al aseo. Comprueba que está cerrado y, muy discretamente, se lo hace saber --como si él no lo supiera-- al que manipula detrás de la barra, y éste, sin levantar la vista de los vasos que está metiendo en el lavavajillas con gran estrépito, llama a grito pelado al mozo que está recogiendo y limpiando la mesa de unos que acaban de irse: «¡Niño, dale a esta señora la llave del retrete!» Todas las miradas del local se dirigen a ella, que no sabe dónde meterse. De verdad que no me lo he inventado.
* Académica