Diario Córdoba

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Manuel Torres Aguilar.

memoria del futuro

Manuel Torres Aguilar

Palestina: un muro lleno de lamentos

En esta catástrofe también la polarización y el cinismo se han hecho presentes

"La vida no vale nada cuando otros se están matando

y yo sigo aquí cantando, cual si no pasara nada.

La vida no vale nada si escucho un grito mortal

y no es capaz de tocar mi corazón que se apaga"

(Pablo Milanés)

Casi nadie sabe nada de un conflicto que tiene ya más de cien años, sus raíces y sus causas son tan complejas y profundas que hay demasiados puntos de vista contrapuestos para entenderlo. Sí hay algo cierto, y lo dijo el secretario general de Naciones Unidas, que la barbaridad del ataque indiscriminado de Hamás contra población civil israelí, «no viene de la nada». Nada lo justifica, pero desde luego quien siembra vientos termina recogiendo tempestades. Ahora que contemplamos la furia desatada por Israel sobre Gaza, enmarcada casi en tintes dantescos, y quitaría casi, a uno la ley de Talión le parecería incluso el menor de los males, porque no hay ni equilibrio, ni respeto, ni a niños, ni a enfermos, ni al derecho internacional humanitario, ni a la nada, en esa terrible acción de destrucción que está asolando a los gazatíes. «La humanidad ha abierto las puertas del infierno», dijo Guterres.

En esta catástrofe también la polarización y el cinismo se han hecho presentes. Todo el mundo tiene una opinión fundada y es difícil conciliarlas. Por ello, coincido con la valoración de mínimos que hace Haizam Amirah Fernández. Cuando se generan estados de ánimo, emociones contrapuestas, al menos es preciso reconocer unos valores elementales. Deberíamos afirmar que la vida de cualquier persona vale lo mismo, no es de justicia deshumanizar al otro para justificar esos crímenes. Esto está ocurriendo, justo ahora. Es la estrategia de convertir a las víctimas en seres desprovistos de su condición humana para así encubrir quizá un mandato divino. Pero no, allí no hay una guerra de religión. No nos confundan. Allí hay una guerra por territorios, por recursos, por espacios, por fundamentos económicos. Nada tienen que ver Dios aquí. Aunque no deja de ser paradójico que los lugares más sagrados para la cultura judeocristiana y, en cierto modo, también para la islámica sean los que más han sangrado y sangran en esta parte del mundo.

En el plano político, lo ocurrido ha puesto de manifiesto que los llamados Acuerdos de Abraham impulsados por Estados Unidos para el reconocimiento de Israel por Emiratos, Baréin, Sudán y Marruecos, dejando al margen la opinión de Palestina, no han supuesto una solución de paz, tal y como hemos visto el pasado 7 de octubre. Ese día, siniestro y fatal, ha conllevado el final de un espejismo que Netanyahu ha mantenido para autocratizar su poder. La política seguida fue la de hacer pensar a la población israelí que Hamás se iría agotando, que su capacidad de resistencia sería limitada, que utilizando de vez en cuando la fuerza en territorio de la franja, esto serviría como disuasión para cualquier intento de ataque. Conformó así un ‘statu quo’ en el que los colonos afirmaban y avanzaban en sus asentamientos, y que no había más peligro que algunos ataques aislados que serían reprimidos sin más. De ese modo, la población del Estado de Israel podría vivir de espaldas a ese patio trasero que no era una amenaza. En 2019, nos dice Sonia Sánchez, solo el 21% de la población de Israel pensaba que Palestina era una amenaza. El primer ministro, con varias causas abiertas por corrupción, había conseguido el propósito de crear un falso sentido de seguridad.

Desde 2009, en su segundo mandato, Israel inició un proceso en el que la idea central era hacerlo un Estado cada vez más judío y al mismo tiempo menos democrático. El último escalón, antes del ataque de Hamás, había sido el intento de controlar al Tribunal Supremo, que es el intérprete de una Constitución que apenas la conforman unas pocas leyes fundamentales, de ahí que su papel sea importantísimo para garantizar el funcionamiento de los poderes del Estado y que su control suponga para el ejecutivo un aval de más libertad de acción.

Desde enero las agresiones desplegadas por los judíos samaritanos de ultraderecha, la propia deriva ultranacionalista, los ataques de los propios colonos en asentamientos ilegales, el intento de los extremistas por ejercer la soberanía, habían provocado revueltas en la franja. El ministro de Defensa, en el mes de marzo, advirtió del peligro que estas acciones suponían para la seguridad de Israel. Netanyahu lo cesó, pero las protestas populares le obligaron a readmitirlo. Ya entonces también Irán advirtió a Israel de la peligrosa deriva que estaba tomando esta actitud beligerante contra Palestina. Este es un primer factor para tratar de contextualizar lo ocurrido hace tres semanas.

En segundo lugar, hay una clave regional, como apunta Sonia Sánchez, intrapalestina podríamos decir. Hamás quería boicotear el intento de normalización de las relaciones entre Arabia Saudita e Israel y detrás de ellos también se situaba Irán, que tampoco era partidario de este acercamiento.

En tercer lugar en clave global, y no menos peligroso que un enfrentamiento directo de Irán con Israel, este ataque ha supuesto arrastrar a Israel a una guerra abierta, que también conviene a la estrategia de su primer ministro. Pero con ello ha implicado a los Estados Unidos, que ve abrírsele un nuevo frente que se une al de Ucrania. Sin olvidar que es un intento de provocar la marcha atrás de la política emprendida por Obama para tratar de ir saliendo de Oriente Medio y reforzar su presencia en Asia-Pacífico, al objeto de hacer frente a un poder cada vez más fuerte de China.

Este es el endemoniado escenario que hay tras las puertas del infierno ahora abiertas. Antes o después confiemos que el conflicto se detenga y habrá que gestionar el postconflicto, pero ¿quién?, ¿cómo? Hamás será destruido, pero no sabemos qué organización lo podrá sustituir. La Autoridad Palestina está muy debilitada, su imagen entre los jóvenes palestinos -mayoría de la población- es pésima por su entreguismo, su inutilidad y muchas conductas corruptas de sus líderes. No hay liderazgo ni en un lado ni en otro, como sí lo hubo en las negociaciones que llevaron a los acuerdos de Oslo de 1993. Ya no están Rabin ni Arafat, ni Clinton, con el gran peso político que representaron. Aunque lo allí acordado sigue siendo un buen guion de paz para el presente.

La mayoría de la población israelí ahora ha cesado en sus críticas al gobierno. Se siente herida y anida el deseo de venganza, aunque hay algunas voces críticas, y más pronto que tarde los crímenes de lesa humanidad que se están cometiendo es de esperar que remuevan conciencias. Sobre todo, porque Netanyahu, su política, sus errores, su ambición autoritaria, su deseo de escapar a la justicia han conducido a Israel a esta situación. El muro de las lamentaciones ya no es por la pérdida del Templo, va camino de ser el muro del lamento por el suicidio de la Humanidad. Para evitarlo hace falta que la comunidad internacional diga basta al horror de la devastación de Gaza, a la que asistimos casi impasibles mientras las blancas mortajas que envuelven a niños inocentes no deberían dejarnos dormir en paz.

* Catedrático. Universidad de Córdoba

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