La vida se divide, entre otras cosas, entre la gente que sabe amar y la que no. No basta con querer: hay que hacerlo bien. Y se puede aprender: pero con humildad, que no suele tenerla quien solamente sabe quererse a sí mismo. Al amar y escribir, la humildad es la base de ese latigazo sensorial a través de los cuerpos y las voces. Escribir es tener la tensión en la punta de los dedos, su fiebre de visión, el tacto de palabras en los ojos. Por todo eso me gusta tanto la poesía de Pilar Sanabria: porque guarda la luz de una verdad radical, porque es una poesía que sabe amar cuando entramos en su selva simbólica, dentro de una propuesta cromática y festiva, pero también con ese dolor de precipicio, que es capaz de aprender sobre la marcha a querernos de nuevo y se nos aproxima desde la humildad; pero también nos eleva con sus vientos eléctricos y nos hace escribirla, vivirla nuevamente en la lectura. La poesía de Pilar Sanabria es volcán metafórico, una textura de carnalidad que se ha atrevido a dar el paso al frente de la ambición de arte y vida, sin conformarse escribiendo con los ritos de la cordialidad ni con la coartada minimalista del compromiso doméstico del siglo veintiuno. Ahora que ya lo hemos avanzado, con libros como ‘Tráfico de influencias’, de Pilar Sanabria, sabemos que también se puede demorar el proceso de cicatrización y convertirlo en la esperanza con su luz de lenguaje. Lo ha editado, con su preciosismo habitual, Jacob Lorenzo en la colección «Costillas, pero no de Adán» del Ayuntamiento de Lucena, con el Simca 1200 dorado del padre de Pilar en la portada. Si quieren saber lo que es poesía buena de verdad, busquen y lean ‘Tráfico de influencias’, este libro mayor de Pilar Sanabria, que como periodista ha difundido la obra de tantos poetas en las ondas. Aquí hay una mujer, con el mundo de sus padres, su pérdida y belleza. Sensibilidad salvaje, con un caudal de canto enfebrecido. También los buenos libros aprenden a querernos.
* Escritor