Conforme se recordara en el artículo anterior, el cambio revolucionario de horizontes traído por la Primera Guerra Mundial hallaría, en una etapa de transformaciones radicales en España y en el mundo, el humus más fértil para el pincel o la pluma de los artistas y escritores que integrarían un elenco o plantel a menudo muy copioso. Por supuesto, su coetaneidad con la Dictadura fue mera coincidencia; pero debe resaltarse que su implantación y permanencia no implicaron retroceso alguno para que en el reloj de la cultura y las ciencias hispanas sonase una de sus horas de plenitud,
Protagonismo mayor desplegó el régimen en otra brillante página de la España de «los felices veinte». No sin parte de razón se encalabrinaba Calvo Sotelo al tener que responder a los críticos del régimen, que en sus anatemas no dejaban a salvo, por un prurito que al autor del Estatuto Municipal se le antojaba hipócritamente vestal, ni siquiera el progreso de la economía nacional. Al hacendista del septenado primorriverista, conocedor desde dentro de los mecanismos deturpadores de la artificial vida política de la Restauración, le parecía, en efecto, inaceptable que, en nombre de la democracia, se devaluase el gigantesco esfuerzo llevado a cabo durante él, con éxito de conjunto. Ningún indicador dejó de activarse al alza a lo largo de un ciclo boyante de la economía mundial, bien aprovechada por un gobierno que movió con rara eficacia casi todas las piezas del ajedrez empresarial y laboral.
Es claro, por lo demás, que esta era el área de su trepidante actuación en la que más a gusto se situaban sus afanes y metas. Administración antes que política; «país real» por encima de «país legal»; obras y no palabras. Al conjuro de tan sencillo pero impactante programa, la masa de la nación se embarcó complacida en el empeño de regeneración material ofrecido desde el poder. La España agraria y tradicional --los carlistas muy en primera línea-- y la urbana y socialista se fundieron, sin confundirse, en la empresa más sugestiva y necesaria conocida desde decenios atrás, conduciéndola a buen puerto. No por ello, claro es, desaparecieron los antagonismos e intereses de clase; mas quedaron hibernados o subsumidos provisionalmente en una tarea movilizadora en pro del avance del país, desconocida --en aliento e intensidad-- hasta entonces.
Tampoco, bien se entiende, depusieron sus estrategias, primordialmente, los socialistas, la principal y más vertebrada fuerza política de las integradas en el quehacer colectivo promovido por la Dictadura. En su fastigio, el contexto europeo era parcialmente favorable a una concordia que alzaprimara el consenso y la unidad nacional. El ejemplo inglés, con un laborismo corresponsabilizado con la dirección del país, gravitó fuerte y prolongadamente sobre los destinos de un PSOE, en el que la discrepancia prietista apenas pasaba de ser una anécdota pintoresca y, a la larga, tal vez rentable.
** Catedrático