Creo que ellos no desean que los llamemos difuntos. Desde su eterno mundo en paz y en luz, nos miran en nuestro mundo en guerra y en tiniebla. Ven nuestras zozobras y nos susurran allá, en lo hondo de nuestro silencio: «No estés triste por mí, padre, hermano, madre, hija, hijo, amigo, abuela, nieto... Aquí todo es paz para siempre. Aquí ya no vivo con la inquietud de que se acabe la dicha, de que el tiempo me robe todo lo amado. Aquí no existe la culpa ni la melancolía. Aquí no tengo que ir a la revisión de cada médico; no temo la vejez. Aquí no tengo plazos de hipoteca, ni agobios de llegar a fin de cada día, un año y otro año. Aquí no hay colas, ni robos, ni extravíos. Aquí, en esta luz permanente, no hace frío, ni calor, ni temo que vuelva Hacienda a darme otra cuchillada. Aquí no existen las trampas, ni la mentira, ni el dolor del odio, ni el ácido corrosivo del rencor. Aquí estoy en la permanente reconciliación y en el amor sin fin, porque vivo para siempre en la redención que nos regaló Jesucristo con su muerte. Comprendo que me añores, que me eches de menos, que no puedas soportar el vacío que dejé en tu vida; que cada hora, cada lugar, hasta cada palabra, te duelan sin mí. Lo siento. Siento todo ese afán de que yo permanezca contigo en una foto, una urna, un cementerio. Siento que cada vez que saboreas el logro de una esperanza, no pienses que aquí es para siempre. Siento que vivas el desamor y el abandono. ¡Tantas inquietudes! ¡Tanto ir, venir, desear! ¡Tanto aferrarte a lo que se esfuma, a lo que no te pertenece ni tú le perteneces! ¡Tanto olvidarte de lo que de verdad tiene valor! Sí, padre mío, hijo mío, madre mía, abuelo, nieto, tío, hermana, amiga, no sufras por mi ausencia. Ahí en tu mundo también tienes la oportunidad de vivir lo que yo vivo aquí. Cada instante de lo que ahí es cada día, tienes una muestra de lo que tengo aquí; tienes al alcance de la mano la alegría de poder estar en el amor a tu padre, tu madre, tus hermanos, tus amigos; la alegría de cada regalo de la vida, un paisaje, un amanecer, un vaso de agua fresca, una ternura, una palabra de cariño, y, sobre todo, sobre todo, el llegar a la reconciliación, al abrazo, a la inocencia y a la paz; no esperes a dártelas ni a dármelas cuando nos hayamos separado».
** Escritor