Noventa y un días en funciones en lo que va de esta decimocuarta legislatura y sin visos de resolver hasta bien entrado noviembre, en los supuestos más optimistas de formación de gobierno. Si los sumamos a los 254 días que, tras las elecciones de abril de 2019, Pedro Sánchez tardó en conformar gobierno pasando de nuevo por una repetición electoral, y los 316 días de Mariano Rajoy tras las de 2015, en los últimos ocho años hemos estado con un gobierno en funciones 661 días.
Un gobierno disminuido que debe limitar su gestión al despacho ordinario de los asuntos públicos, absteniéndose de adoptar cualquier otra medida, a no ser en casos de urgencia o por razones de interés general. Que no puede aprobar el proyecto de ley de Presupuestos Generales del Estado, ni presentar, en general, ningún proyecto de ley al Congreso de los Diputados. Y a la vez, en este caso concreto, coincide con la Presidencia española del Consejo de la Unión Europea. Gobernanza multinivel sin gobierno doméstico que es sin duda el ritmo de los nuevos tiempos, no sólo aquí, sino que las dificultades para formar gobierno se expanden por el territorio de los 27.
En España, desde el primer gobierno democrático tras la aprobación de la Constitución hasta el año 2015, las diez primeras legislaturas no llegaron a sumar 400 días de ese periodo de interinidad. Tras treinta y seis años de una cadencia homogénea de unos 30 o 40 días entre un gobierno y otro tras la convocatoria de elecciones, el sistema de partidos saltó por los aires, no sólo con la aparición de los nuevos sino también con el giro independentista de los partidos nacionalistas catalanes. La complejidad de la fragmentación del voto, de la diversidad social e ideológica, de identidad territorial y la falta de certidumbres sobre hacia qué modelo vamos han hecho que como en otras aristas de la vida, la económica, la laboral o la asistencial, necesitemos de más tiempo, más deliberación para conseguir ponernos en funcionamiento.
Las campañas generales se convierten en una carta de deseos que esperan que la noche electoral les otorgue la mayoría absoluta o en su defecto la mayoría suficiente para poder gobernar sólo con los suyos. Pero la realidad es tozuda y una vez sobre otra en el terreno nacional se demuestra que esto ya no es así, que no lo ha sido en las últimas cinco elecciones generales. Igual es tiempo de asumir sin cambiar las reglas del juego sobre la marcha, porque a veces los más inmovilistas con la Constitución son los más creativos si se trata de formar gobierno, que debemos aceptar que la transversalidad política ha llegado para quedarse.